Lo mejor que podemos darle al Padre es nuestro sincero amor. Recordemos que Jesús nos dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21). Esta es la respuesta constante y necesaria, de manera que el amor de Dios no sólo tenga que buscarnos, sino que además pueda penetrarnos. Mientras no vivamos de acuerdo a los mandamientos, Dios llamará a la puerta de nuestro corazón, para que lo dejemos entrar. Si le abrimos la puerta, vendrá el Padre junto al Hijo y al Espíritu Santo para poner su morada en nosotros (cf. Jn 14,23).