La generosidad hace parte del ser de Dios. Con gran alegría, Él nos comparte sus inconmensurables riquezas. No solamente nos da vida; sino que quiere dárnosla en abundancia (cf. Jn 10,10). En la eternidad nos espera un gozo y una dicha sin igual, que no tendrá fin. Ya no habrá necesidad, ni habrá tribulación, ni habrá llanto (cf. Ap 21,4)… ¡Dios mismo será nuestra recompensa! Para nuestra vida terrena, nos envía su Espíritu, que clama en nosotros “Abbá, Padre”(cf. Gal 4,6) e “intercede por nosotros con gemidos inenarrables”(Rom 8,26). ¡Y este Espíritu nos es concedido en abundancia!