Si nos preguntamos si aquella luz que Dios encendió en Juana de Arco sigue alumbrando hoy y tiene aún algo que decirnos en este tiempo, entonces debemos fijarnos una vez más en lo esencial de su misión, para entenderla mejor.
En primera instancia, es importante tener bien en claro que la misión de Juana fue una intervención de Dios, para traer un giro en una situación concreta y difícil. Resulta demasiado evidente que fue la obra de Dios, si se considera que ella era sólo una joven de 17 años, que no sabía leer ni escribir, que no tenía ninguna instrucción militar, que no sabía nada de las reglas de etiqueta de la corte real ni tenía formación teológica…