¡Oh Espíritu Santo, Tú, beso del Padre y del Hijo, Tú, dulcísimo y profundísimo beso! (San Bernardo de Claraval) Queremos conocerte mejor y aprender a amarte. Desciende, por eso, sobre nuestra alma, “como el sol que, de no encontrar obstáculos e impedimentos, ilumina todas las cosas; como una saeta encendida, que no se detiene por el camino, sino que llega hasta las últimas profundidades que encuentra abiertas, y allí descansa. Tú no te detienes en los corazones soberbios y en las inteligencias altaneras, sino que pones tu morada en las almas humildes” (Santa María Magdalena de Pazzis). Ilumínanos en estos días, cuando nos preparamos para la Fiesta de tu descenso, Tú que eres nuestro consuelo y maestro, el Esposo de nuestra alma, nuestro santificador…