El tercer enemigo que puede alejarnos enormemente del camino del Señor es el mundo. Si el mundo no está impregnado por el espíritu cristiano; es decir, si no ha sido transformado y fermentado por la levadura de la que nos habla el evangelio (cf. Mt 13,33), entonces su orientación es hostil a Dios, y será, por tanto, una amenaza para nuestra vida espiritual. Lo difícil en relación a este enemigo es que se percibe muy poco su constante influencia; mientras que podemos identificar con más claridad los ataques del Diablo o las tentaciones que proceden de nuestra carne.