Quien emprenda seriamente el camino de la oración; es decir que no ore solamente en ocasiones especiales o cuando esté en gran necesidad, se dará cuenta de que no siempre será un camino fácil; sino que hay padecimientos que pueden hacer que la oración incluso se vuelva fatigosa. Esta persona tendrá que luchar con la pereza de nuestra naturaleza humana, atravesar procesos de purificación y, por supuesto, vérselas también con diversas tentaciones, que quieren desanimarla. Puede llegar hasta el punto de que se dude del sentido de la oración, porque pareciera que Dios no la escucha y a uno mismo no le da ninguna satisfacción. Así, el alma está en peligro de tirar la toalla y renunciar a ese “fatigoso” trato con Dios.