Hb 5,1-10
Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo. Y nadie puede arrogarse tal dignidad, a no ser que sea llamado por Dios, como Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se atribuyó a sí mismo el honor de ser sumo sacerdote, sino que lo recibió de quien le dijo: “Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.” También dice en otro lugar: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.”