La mansedumbre está íntimamente relacionada con la paciencia y la paz interior. De alguna manera, podríamos decir que éstas últimas son una condición para alcanzar esta actitud. La mansedumbre es un fruto del Espíritu, que no resulta simplemente de nuestra naturaleza humana; sino que va madurando como fruto de una verdadera vida espiritual. Ella posee algo triunfante y vencedor, porque los “mansos heredarán la tierra” -como nos enseñan las bienaventuranzas (Mt 5,5).