Tenemos, pues, hermanos, plena confianza para entrar en el santuario gracias a la sangre de Jesús, siguiendo este camino nuevo y vivo que él inauguró para nosotros a través de la cortina, es decir, de su cuerpo. Tenemos un sacerdote excelso al frente de la casa de Dios. Acerquémonos con un corazón sincero y una fe madura, purificados los corazones de mala conciencia y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Estemos pendientes unos de otros para estimularnos a la caridad y a las buenasobras, sin abandonar nuestras asambleas, como algunos acostumbran a hacerlo; antes bien, animaos unos a otros, tanto más cuanto que veis que se acerca ya el Día.
Todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. Él, por el contrario, tras haber ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies. Mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los santificados.
¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra? Viviendo conforme a tu palabra. Yo te busco con todo el corazón; no dejes que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti. ¡Bendito seas, Señor! ¡Enséñame tus decretos! Con mis labios he proclamado todos los juicios que has emitido. Me regocijo en el camino de tus estatutos más que en todas las riquezas.
Lectura correspondiente a la memoria de Santo Tomás de Aquino
Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos y en su comparación tuve en nada la riqueza. No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un puñado de arena, y ante ella la plata es como el barro. La quise más que a la salud y a la belleza y preferí tenerla como luz, porque su claridad no anochece.
Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
De nuevo comenzó Jesús a enseñar al lado del mar. Y se reunió en torno a él una muchedumbre tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, en el mar, mientras toda la muchedumbre permanecía en tierra, en la orilla. Les explicaba con parábolas muchas cosas, y les decía en su enseñanza: “Escuchad: salió el sembrador a sembrar. Y ocurrió que, al echar la semilla, parte cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotó pronto, por no ser hondo el suelo; pero cuando salió el sol se agostó, y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron, y no dio fruto. Y otra cayó en tierra buena, y comenzó a dar fruto: crecía y se desarrollaba; y producía el treinta por uno, el sesenta por uno y el ciento por uno.”
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y, aunque beban del veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.”
Ayer habíamos contemplado algunos consejos del beato Enrique Suso. Hoy tenemos la dicha de celebrar la memoria de otro excelente maestro espiritual: San Francisco de Sales. Él vivió entre los años 1567 y 1622. Llevó una vida de gran riqueza espiritual; fue obispo de Génova; se convirtió en fundador de una orden y nos dejó como legado valiosos escritos de espiritualidad. Los más conocidos son la “Filotea” -o “Introducción a la vida devota”- y el “Tratado del amor de Dios”. A San Francisco de Sales se lo considera como el “santo de la amabilidad”, después de que luchó durante toda su vida en refrenar su iracundo temperamento. Fue un buen guía de almas y entre sus hijas espirituales se destaca Santa Juana de Chantal.
Pero su enseñanza no se dirige únicamente a los consagrados; sino que ofrece ayuda también para el camino de santificación de aquellas personas que viven en el mundo. Sobre todo la “Filotea” es enormemente valiosa, y, hasta el día de hoy, es una lectura de gran provecho para todo el que quiera profundizar su camino espiritual.
Escuchemos algo de lo que nos dice este santo, y tratemos de enriquecernos con su sabiduría:
“Mi pasado ya no me preocupa; pertenece a la misericordia divina. Mi futuro no me preocupa todavía; pertenece a la providencia divina. Lo que me preocupa y me exige es el hoy, que pertenece a la gracia de Dios y a la entrega de mi corazón, de mi buena voluntad.”
Empecemos por la primera parte de esta frase:
“Mi pasado ya no me preocupa; pertenece a la misericordia divina.”
También San Pablo -cuya fiesta celebraremos mañana- nos exhorta a olvidar las cosas que quedan atrás, y a extendernos a las que están por delante (cf. Fil 3,13). No se trata simplemente de un olvido, ni mucho menos de una represión de las cosas incómodas del pasado; cosas que tienen que ver con culpa y fracasos. No, no es eso… Antes bien, es que todo ese pasado ha sido ya depositado en la misericordia de Dios, y está, por tanto, en Sus manos.
Si, por ejemplo, se ha recibido ya el perdón de las culpas en la confesión, con el arrepentimiento que corresponde, entonces Dios nos invita a mirar hacia adelante. Él ya no nos achaca nuestros pecados ni sigue echándonoslos en cara. El recuerdo de la propia culpa puede ayudarnos a tener misericordia con otras personas, a tener siempre presente el amor de Dios que perdona, y a retomar con vigilancia nuestro camino. Así podemos sacar provecho del pasado; pero éste jamás debería afligirnos con pesadumbre; ni tampoco deberíamos actualizarlo al nosotros mismos reprocharnos constantemente nuestras faltas, porque entonces estaríamos arrebatando nuestro pasado del mar de la misericordia de Dios, y, en el peor de los casos, estaríamos poniéndolo bajo el dominio del Acusador. Este punto debemos tomarlo muy en cuenta y llevarlo al corazón, porque es el Acusador el que quiere valerse de tales situaciones del pasado para atormentar a las personas. Y esto cuenta tanto para uno mismo como para los demás. Si alguien se ha convertido y Dios le ha perdonado su culpa, tenemos que darle la oportunidad de comenzar de nuevo, y no atarlo a su pasado con nuestras acusaciones.
La frase de San Francisco sigue así:
“Mi futuro no me preocupa todavía; pertenece a la providencia divina.”
Este punto se refiere a las preocupaciones acerca del futuro, que tantas veces e innecesariamente ocupan nuestros pensamientos, haciéndonos olvidar la certeza espiritual de que Dios tiene el porvenir en Sus manos. Esto no debe ser solamente un deseo piadoso; sino una viva realidad. Para ello, es necesario que nos eduquemos interiormente y que, a través de la oración, pongamos frenos al espíritu de preocupación. Con estas palabras, ciertamente San Francisco no se refiere a las cosas que están en nuestra responsabilidad para modelar el futuro; sino a aquellas otras circunstancias de las que innecesariamente nos ocupamos, siendo así que ni siquiera están en nuestras manos, y, no obstante, nuestros pensamientos giran en torno a ellas… Aquí se requiere un acto definitivo de confianza en Dios, y, cada vez que vuelven a aparecer las preocupaciones innecesarias, hemos de actualizar esta decisión. Podemos cuestionarnos si, en el fondo, quizá no queremos soltarlo del todo, porque las preocupaciones se han hecho parte de nuestra vida, hasta el punto de que nos parece que corresponden a nuestra identidad.
Y sigue San Francisco:
“Lo que me preocupa y me exige es el hoy, que pertenece a la gracia de Dios y a la entrega de mi corazón, de mi buena voluntad.”
Con estas últimas palabras, el santo toca el punto esencial. ¡Hemos de vivir el HOY! ¡Es así como modelamos el futuro! También el presente está impregnado por la gracia de Dios; pero aquí es donde podemos ser colaboradores del Señor. Nuestra entrega a Dios permite que sea Su gracia la que determine todos los momentos de nuestra vida, y de aquí surgirá aquella serenidad de la que habíamos hablado en la meditación de ayer.
La serenidad que viene de la certeza de vivir en la gracia de Dios, junto con la vigilancia para identificar Su guía y responder a ella como corresponde… Es esto lo que nos hace vivir atentos y enfocados en lo único que es necesario: Buscar a Dios ante todo y en todo, y vivir en Él.
Así, cada día se convierte en una misión del Señor: tanto lo grande como lo pequeño, tanto la salud como la enfermedad, tanto la paz como el combate… Así, aprendemos a vivir en el Kairós; es decir, en el AHORA de Dios, que nos ha sido ampliamente abierto gracias a Nuestro Señor.
Hoy se celebra la memoria del beato Enrique Suso, quizá poco conocido en la Iglesia Universal. Puesto que este santo dominico era alemán y vivía cerca de donde está actualmente la Casa Madre de nuestra Comunidad Agnus Dei, quisiera dedicarle la meditación de este día. Vale la pena, porque su enseñanza y sus proverbios dan fe de su alma enamorada de Dios, y tienen siempre algo que decir a las personas que están en el camino con el Señor, aunque no sean consagradas.
Un sábado en que Jesús cruzaba por los sembrados, sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?” Él les respondió: “¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, cuando él y los que lo acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y cómo les dio también a los que estaban con él?” Y añadió: “El sábado ha sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado.”