El Padre ama la sencillez. En el evangelio escuchamos cómo Jesús se regocija en ello: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10,21).
Sencillez no significa falta de inteligencia; sino simpleza de corazón.
Fijémonos en lo insuperablemente sencillo que es el mensaje del evangelio en su esencia. Todo el mundo puede entenderlo y Dios mismo nos lo transmite con sencillez. Para dársenos a entender, Él se adapta a nuestras circunstancias humanas. En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre nos dice:
“Yo sé abajarme a vuestra condición. Me hago pequeño con los pequeños; mediano con los de mediana edad; me hago semejante a los ancianos, para que todos entiendan lo que quiero decirles para su santificación y para Mi gloria. ¿No tenéis la prueba de lo que acabo de deciros en Mi Hijo, quien se hizo pequeño y débil como vosotros?”
Dios ha escogido el camino de la sencillez para llegar a todos los hombres. ¡La verdad es sencilla! No se detiene en complejos y sutiles constructos de pensamiento. No tenemos que demostrarla, sino simplemente profesarla y vivirla. La verdad habla y convence por sí misma, y sólo busca corazones sencillos, en los que pueda poner su morada. La verdad hace cada vez más sencillo al hombre, porque él puede vivir de esta fuente que todo lo ordena. Así, impregna la vida con la claridad que le es propia.
“Todo es fácil cuando se ama a Dios” –decía la venerable Anne de Guigné. ¡Es así de sencillo!