“EL AMOR Y LA LEALTAD NO TE ABANDONEN”

“El amor y la lealtad no te abandonen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tablilla de tu corazón” (Prov 3,3).

Las amonestaciones paternales de Dios nos señalan el rumbo. Nunca debemos descuidar el camino de la virtud, y siempre hemos de volver a él si nos hemos desviado aunque sea un ápice. Después de cada derrota hemos de levantarnos de nuevo y retomar el camino. Ésta es la lealtad a la que nos exhorta el Padre Celestial. Recordemos cómo Jesús, en su camino al Calvario, cayó tres veces bajo el peso de la Cruz y –como meditamos en las estaciones del Via-Crucis– volvió a levantarse para consumar la obra que el Padre le había encomendado realizar.

Con lealtad y fidelidad debemos vivir nuestra vocación. “Átalas a tu cuello” –como nos dicen estas santas palabras. Esto quiere decir que nunca debemos olvidar y siempre recordar cuál es el camino recto. Nosotros, los hombres, fácilmente olvidamos los buenos propósitos que nos hemos hecho y es necesario que nos los recuerden.

Para ello, será bienvenida cualquier ayuda, cualquier recordatorio, todo tipo de disciplina que nos impongamos para permanecer en el camino recto. Pero sobre todo hemos de invocar al Espíritu Santo, pidiéndole que nos recuerde lo que nos compete hacer conforme a la Voluntad de Dios.

“Escríbelas en la tablilla de tu corazón”.  Esto significa que debemos interiorizar profundamente estos maravillosos valores del amor y la lealtad. Siempre han de estar presentes ante los ojos de nuestra alma y marcados profundamente en nuestro corazón, hasta que este amor lo haya encendido y la lealtad haya crecido.

Para ello, día tras día necesitamos el “santo alimento”: la meditación de la Palabra de Dios. Movamos en nuestro corazón las santas palabras, como lo hacía la Virgen María (Lc 2,19), contemplemos su ejemplo e imploremos la ayuda del Señor. Así, el amor será el vínculo que nos ate a Él y Él habitará en nuestros corazones.