Vivir para glorificación de Dios

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Fil 1, 20c-24. 27a

Tengo la plena seguridad, ahora como siempre, de que Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y el morir, una ganancia. Pero si el vivir en el cuerpo significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger… Me siento apremiado por ambos extremos. Por un lado, desearía partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otro, quedarme en el cuerpo es más necesario para vosotros. Lo que importa es que llevéis una conducta digna del Evangelio de Cristo.

¡La glorificación de Dios! Esa es la razón de vivir para San Pablo, y así él corresponde al deseo más profundo de Cristo, que es el de glorificar al Padre Celestial.

En el mensaje dado a la Madre Eugenia Ravasio en 1932, que cuenta con aprobación eclesiástica y que he citado frecuentemente, Dios Padre dice lo siguiente:

“Si los hombres supieran penetrar en el Corazón de Jesús con toda su gloria y sus deseos, reconocerían que su deseo más ardiente es glorificar al Padre que lo envió, y sobre todo no dejarle una gloria disminuida, como ha sucedido hasta hoy; sino una gloria total como el hombre puede y debe darme, como su Padre y su Creador, y, aún más, como autor de su Redención.”

Esta perspectiva es esencial para nosotros. Lo que hacemos, ¿sirve para la glorificación de Dios? ¿Están nuestras obras, nuestros pensamientos y palabras dirigidas hacia el Señor? ¿Estamos celosamente pendientes de darle a Él la gloria, y no a nosotros mismos?

Es bueno plantearse estas preguntas, porque nos apartan de nuestro “yo” y centran nuestra mirada en Dios. No debemos tener miedo a hacernos estas preguntas. Son cuestiones que pueden despertarnos e impulsarnos hacia la dirección correcta. Así, podemos asemejarnos a Nuestro Señor, y también a su servidor Pablo, que en todo cuanto hacían buscaban la glorificación de Dios.

En el texto de hoy, el Apóstol de los Gentiles habla de que añora la muerte para estar plenamente con Cristo. Después de haber entregado su vida al servicio de Dios, desea entrar en la plenitud de la vida. Pero, por otra parte, él nota que la comunidad cristiana naciente aún lo necesita. Así, es capaz de poner en segundo plano su anhelo de eternidad, para servir a los suyos.

Esta actitud del Apóstol muestra que su vida está totalmente desprendida de sus propios intereses. Su deseo de unirse cuanto antes al Señor procede de lo más profundo de su corazón. No hay nada en el plano personal que todavía lo mantenga atado a este mundo. Todos sus deseos terrenales se han apagado, y él supo combatir en la noble competición y conservar la fe (cf. 2Tim 4,7). ¿Qué le detiene en este mundo, siendo así que le aguarda la gloria de Dios? Lo único que aún lo retiene es el poder seguir dando fruto en este mundo. Esto muestra tanto su amor a la joven Iglesia como su desprendimiento de sí mismo. Así, Pablo es capaz de poner en segundo plano su deseo de unirse plenamente al Señor por causa de la mayor glorificación de Dios.

Este desprendimiento de sí mismo es esencial para nuestra vida espiritual. Será más fácil lograrlo si tenemos la mirada puesta en la glorificación del Señor. San Nicolás de Flue, el santo patrono de Suiza, resumía el clásico camino espiritual en esta preciosa oración:

“Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de Ti.

Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti.

Señor mío y Dios mío, haz que yo no sea mío sino todo Tuyo.”

Sobre todo la última parte de la oración está muy relacionada con el tema de hoy. Servir al Señor desprendidamente y buscar sólo su glorificación es una alta meta. Jesús nos mostró la máxima expresión del desprendimiento de sí mismo en el Gólgota, en su Crucifixión. También el apóstol Pablo nos da un gran ejemplo de ello en la lectura de hoy.

La oración de San Nicolás nos muestra el camino hacia aquella meta. El amor a Dios nos da la fuerza para desprendernos de todo lo que obstaculiza el pleno desarrollo del amor. La segunda petición de la oración, “dame todo lo que me acerca a Ti”, no será desoída por el Señor. Con la mirada puesta en la glorificación de Dios y en el servicio al prójimo; con los esfuerzos dirigidos a la transformación de nuestro propio corazón y al fiel cumplimiento de las tareas que nos han sido confiadas en este mundo… Con esta actitud podrá realizarse en nuestra vida también aquella última petición que pronuncia San Nicolás en su oración: “Señor mío y Dios mío, haz que yo no sea mío, sino todo tuyo.”