Testificar el amor del Padre

Descargar MP3

Descargar PDF

Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

“¡Mi hora ha llegado! Es necesario que sea conocido, amado y glorificado por los hombres, para que, habiéndolos creado, pueda ser su Padre, después su Salvador y finalmente la fuente de su dicha eterna.

Hasta aquí os he hablado de cosas que ya sabéis. He querido recordároslas para que os dejéis convencer cada vez más de que soy un Padre muy bueno, y no aquel Padre terrible por el que me tenéis. También debéis saber que soy el Padre de todos los hombres que ahora viven y el Padre de todos aquellos que crearé hasta el fin del mundo.

Sabed que quiero ser conocido, amado y sobre todo honrado. Todos han de reconocer mi bondad infinita; una bondad que ofrezco a todos, pero principalmente a los pecadores, los enfermos, los moribundos y todos los que sufren. Ellos han de saber que no tengo otro deseo más que el de amarlos y concederles mis gracias; perdonarles cuando se arrepienten; y, sobre todo, no juzgarlos con una dura justicia sino con mi misericordia, para que todos se salven y pueda contarlos entre el número de mis elegidos.

Me gustaría concluir estas declaraciones con una promesa que contará para siempre: Llamadme confiadamente con el nombre de Padre y amadme, y entonces recibiréis todo de parte de este Padre, y todo os lo concederá con amor y misericordia.”

 

Podríamos preguntarnos qué más tiene que hacer y decir el Padre Celestial para que realmente confiemos en Él y correspondamos a Su amor. Prácticamente en cada página de este Mensaje, el Padre nos explica cuán importantes somos para Él. Por tanto, aquella falsa imagen de Dios que nos hace tenerle miedo es una profunda injusticia para con Su amor. Deberíamos superar en nosotros cualquier imagen tal, así como todo temor excesivo, en vista de las tan frecuentes declaraciones de amor que Dios nos hace.

¡Precisamente esto es lo que el Padre quiere!

Como nos decía en el extracto que hoy escuchamos, Su amor se dirige particularmente a los pecadores, a los enfermos y a los moribundos, porque son ellos quienes más lo necesitan.

-A los pecadores, porque están fallando al propósito de su vida y cargan culpa sobre sí, que los aleja cada vez más de Dios y los expone a la influencia de Satanás. Están espiritualmente enfermos, por así decir.

-A los enfermos, porque están muy limitados, y a menudo se sienten como impotentes y a merced del sufrimiento.

-A los moribundos, porque precisamente en la última etapa de su existencia terrenal necesitan estar anclados en el amor de Dios, de modo que puedan aceptar conscientemente la muerte y morir en paz.

Entonces, ¡cuánto depende de que nosotros demos la respuesta correcta, para que el Padre pueda llevar a cabo sus planes de salvación! El conocer, amar y honrar a Dios, tal como Él nos lo pide, permitirá que se despliegue sin obstáculos el plan que Él tiene para nosotros. Además, también se incluyen en este plan de salvación a aquellas otras personas con las que nos encontremos.

Fijémonos también en la última frase del pasaje que hoy leímos: “Llamadme confiadamente con el nombre de Padre y amadme, y entonces recibiréis todo de parte de este Padre, y todo os lo concederá con amor y misericordia.”

Estas palabras hemos de meditarlas particularmente en la crisis actual. ¡Sería tan importante que los hombres experimentaran en medio de esta plaga el consuelo de la presencia de Dios, que los invita a la conversión!

Frente a esta pandemia, que se está extendiendo a tanta velocidad, veremos cada vez más personas que tienen miedo y les resulta difícil afrontar la situación. Si, además, se reducen los contactos sociales e incluso se encuentran cada vez menos iglesias abiertas y celebraciones eucarísticas, entonces podrá desvanecerse muy pronto la serenidad que algunos habrán mostrado inicialmente, sobre todo porque no hay un plazo de tiempo definido para que termine la epidemia.

En este crítico período, ¿cuáles caminos podremos encontrar para dar a conocer el amor de Dios a las personas? La oración es un medio que siempre tenemos a disposición, y que debería preceder a todo lo demás. Esto puede hacerlo cualquiera, así como también el ofrecimiento de los pequeños o grandes sacrificios que se presentan en nuestro camino. Más allá de eso, podemos preguntarle al Espíritu qué más podemos hacer para testificar el amor de nuestro Padre…

Mañana interrumpiré este ciclo de las meditaciones sobre el Padre, porque llevo en el corazón algunas cosas que quisiera decir con respecto a la crisis actual.