Solemnidad de la Asunción de María

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Lc 11, 27-28 

Evangelio de la Misa vespertina de la vigilia de la Asunción

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo, gritando, le dijo: “¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!” Pero Jesús le respondió: “Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

Aparte de haber recibido el inmenso honor de ser Madre de Nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María cumple a perfección estas palabras del Señor que acabamos de oír. Escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios es casi la esencia más profunda de María. Esta forma de escucha significa que el corazón de la Bienaventurada Virgen está indivisamente centrado en Dios, y que todo lo que Él le encomienda, Ella lo lleva a cabo con alegría.

Nosotros hemos de acoger con enorme gratitud y ponderar una y otra vez en nuestro corazón la vocación única de María, de ser Madre del Redentor y, posteriormente, haberle sido encomendada por Dios la maternidad espiritual de todos los hombres. “Todas las generaciones me llamarán dichosa” –así se regocija María en Dios (Lc 1,48), y nosotros nos unimos a este cántico de alabanza, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en Ella y Su Nombre es Santo (cf. v. 49)

La Virgen lleva a cabo esta maternidad espiritual que le fue encomendada, cuando nos dirigimos a Ella y le pedimos que nos acompañe. Entonces Ella nos introduce precisamente en esa escuela interior de la cual habla el Señor en este pasaje del evangelio: escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. “Haced lo que Él os diga” – dice María a los sirvientes en las bodas de Caná (Jn 2,5), y el agua se transformó en vino. También podemos interpretar este milagro de forma espiritual… Si escuchamos a Dios y hacemos lo que Él nos dice, todo se transformará en un delicioso vino, que será nuestro alimento diario. ¡De este vino puede beberse sufrir daño alguno!

En las meditaciones sobre el Mensaje de Dios Padre, había señalado que el Padre nos hace ver que a menudo no lo conocemos como Él es en verdad. Comprendemos muy poco Su infinito amor y Su misericordia, de modo que Dios nos hace descubrir y nos asegura una y otra vez cuánto nos ama. Es evidente que, para muchos de nosotros, este amor de Dios aún no se ha convertido en la certeza que nos llena de alegría y nos acompaña en todas las situaciones. Como nos decía el Padre en su Mensaje, también los misioneros sólo pueden dar a conocer la imagen correcta de Dios en cuanto ellos mismos la hayan captado.

Si vemos a la Virgen María, podemos decir con seguridad que no hay otra creatura que haya conocido mejor a Dios. Entonces, si le pedimos a Ella que podamos conocerlo como Él realmente es, de seguro Ella nos transmitirá la imagen auténtica de Dios. Su conocimiento de Dios es tan auténtico y profundo, que podremos regocijarnos día a día, conociéndolo cada vez mejor.

Algunos recordarán el testimonio de nuestro amigo Roy Schoeman, que les compartimos hace algunos meses (véase: Meditaciones diarias del 26 al 29 de enero de 2020). Él tuvo la gracia de encontrarse de forma muy especial con la Virgen María, hallando así el camino a la Iglesia Católica. Y cuenta que, al preguntarle sobre el título con el que más le gusta ser honrada, la respuesta de la Virgen fue ésta: “Yo soy la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo.”

Esto nos muestra la relación particular que tiene con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad.

María es la “Hija amada del Padre”, que lo escucha constantemente con disponibilidad y confianza, y que emprende Sus caminos, aunque no siempre le sean conocidos a detalle. “Hágase en mí según tu palabra” –fue su respuesta cuando el Arcángel Gabriel le trajo el mensaje de que sería la Madre del Mesías (Lc 1,38). Parecen escucharse aquí las palabras del Señor en Getsemaní: “Que no sea como yo quiero; sino como quieras Tú” (Mt 26,39).

Como “Madre del Hijo”, Su amor humano a Jesús fue impregnado por el amor sobrenatural, hasta el punto de hacerla capaz de dar su consentimiento a la Pasión de su Hijo, aunque una espada atravesase su corazón (cf. Lc 2,35). Ella nos asistirá para que nuestro amor humano sea purificado; para que sea impregnado y moldeado por el amor sobrenatural de Dios. Entonces, nuestro corazón se ensanchará y podremos amar espiritualmente, con un amor universal, que tiene en vista a todos los hombres y se preocupa por su salvación. Entonces el corazón de María palpitará en nosotros, lleno del amor de Dios.

Siendo “Esposa del Espíritu Santo”, María está íntimamente unida a la Tercera Persona de la Trinidad, su Esposo divino. El Espíritu Santo no sólo la cubrió con Su sombra en el momento de la concepción (cf. Lc 1,35); sino que permaneció siempre en Ella, convirtiéndola en Su morada y en el templo de Su gloria. Todos sus caminos y pensamientos eran guiados por el Espíritu Santo, y, en su disponibilidad a cumplir aun los más mínimos deseos del Señor, María se convirtió también en “sede de la sabiduría”.

También nosotros estamos llamados a convertirnos en “sedes de la sabiduría de Dios”, porque el Espíritu Santo quiere convertir también nuestra alma en un templo constante del Señor, desplegando todos sus dones y moldeándonos más y más conforme a la imagen de Dios. María no es únicamente nuestro modelo insuperable; sino que su amor celoso no descansará hasta que nosotros le demos al Padre Celestial toda el honor y la gratitud que le corresponden; hasta que acojamos a su Hijo como nuestro Salvador y hagamos lo que Él nos diga; hasta que abramos nuestra alma de buena gana al actuar del Espíritu Santo, para que glorifiquemos a Dios y le sirvamos como verdaderos hijos Suyos.