Sanación interior en Dios (Parte VI)

Descargar MP3

Descargar PDF

Como vemos, son diversas las posibilidades que Dios nos ofrece en el camino de seguimiento de Cristo para la sanación de nuestra alma. El camino de santificación al que estamos llamados, quiere conducirnos a la comunión total con Dios, que llegará a su plenitud en la eternidad. Entonces, cuando nuestra alma herida esté totalmente sanada y transformada, ya no habrá nada que nos separe de Dios. Estaremos totalmente unificados con Él en el amor, y viviremos en la visión beatífica de Dios; es decir, que lo veremos tal cual es. Todo esto lo haremos en comunión con los santos ángeles y todas aquellas personas que han sido acogidas en la gloria del cielo. Entonces, el hombre habrá llegado a su destinación eterna…

Por ahora, estamos aún de camino y debemos probar nuestra fidelidad bajo las condiciones de nuestra vida terrenal. Pero ya en esta vida Dios empieza a sanar y salvar nuestra alma, preparándola así para su plenitud en la eternidad. Puesto que nos espera esta gloriosa eternidad y desde ya nos extendemos hacia ella, es importante que nuestra alma vaya entrando en contacto con lo que corresponde a su verdadero hogar, para que se acreciente su anhelo de Dios y sea más capaz de cumplir con la misión que le ha sido encomendada en esta vida.

No olvidemos que la mayor tragedia del pecado original fue la pérdida de la gracia santificante; es decir, de la relación directa y confiada con Dios, nuestro Padre. El alma anhela recuperar esta relación, que será la que le dé verdadera paz. Por eso es importante para el hombre avanzar en el camino de la santificación y acoger las ayudas que en él se le ofrecen. Todo lo que glorifique a Dios, edifica al mismo tiempo nuestra alma y le otorga sanación. A continuación, queremos hablar de dos elementos importantes que también han de ayudarnos a encontrarnos cada vez más con Dios y sanar nuestra alma: Se trata de la Música Sacra y el silencio.

 

La Música Sacra

El Espíritu Santo le ha concedido a la Iglesia cantos específicos que forman parte de la santa liturgia. Éstos glorifican a Dios y elevan el alma hacia Él. Dentro de nuestra Iglesia Católica-Romana, esta música es el coral gregoriano, que alaba la belleza y bondad de Dios de la forma más sublime y perfecta. El canto sacro toca al alma en sus profundidades, y conocemos esa hermosa frase de Santa Hildegarda de Bingen, de la que también habíamos hablado en una meditación reciente: La música sacra es “el único recuerdo de aquel estado primitivo que perdimos al perder el Paraíso.”

Si acogemos conscientemente estos cantos gregorianos, que lamentablemente están en “peligro de extinción” en nuestra Iglesia, el alma puede entrar en contacto con la belleza de Dios. El gregoriano tiene un lugar privilegiado en la santa liturgia. Dentro de la misma, despliega todo su significado y permite que el hombre pueda pregustar algo del cielo. Esta Música Sacra toca al alma en su percepción más profunda, que no está determinada tanto por la esfera de los sentidos; sino por su dimensión más trascendental y espiritual. Y este encuentro, a su vez, despierta más y más aquella dimensión espiritual. El hecho de que en la actualidad las personas estén quedando cada vez más privadas de esta experiencia interior, es ciertamente uno de los desarrollos más trágicos en la vida de la Iglesia. Dentro del contexto de la liturgia, no hay ninguna otra música que pudiese alcanzar el valor del coral gregoriano y sustituirlo. ¡Y eso sin hablar de los elementos de banalización y destrucción que a menudo están adentrándose en la música dentro de la liturgia! Así como la celebración digna de la Santa Misa no puede sin más reemplazarse por una celebración de la Palabra, así tampoco podrá haber otra música que llegue a la misma dignidad del canto sacro.

Entonces, si los fieles quieren entrar en contacto con la Música Sacra, no les queda otra opción que la de buscar ciertos monasterios e iglesias donde se glorifique a Dios a través de ella, o escucharla en grabaciones… Otra posibilidad sería la de encontrar lugares donde se celebre en los ritos de la cristiandad oriental, siempre y cuando se empleen allí los cantos propios de sus liturgias, como por ejemplo, el canto bizantino. Con respecto a esta música, puede aplicarse lo mismo que hemos dicho sobre el coral gregoriano.

 

El silencio

Si queremos hacerle un bien a nuestra alma y ayudarle a ser más receptiva para Dios, entonces será fundamental buscar el silencio. Todos sabemos que nuestra alma está constantemente expuesta a influencias de todo tipo. Tomando las palabras del Cardenal Robert Sarah, se puede hablar de una “dictadura del ruido” en que vivimos. Nos volvemos cada vez más incapaces de buscar y acoger el silencio. Por el contrario, lamentablemente se tiene que decir que pareciera que las personas incluso tienen miedo del silencio y huyen de él.

Cuando nuestra vida espiritual se profundiza, será cada vez más fuerte la necesidad del silencio y de callar. Éste es incluso un claro indicio de que Dios está obrando en el alma. De hecho, el alma humana requiere del silencio, para encontrar a Dios y hallarse a sí misma. Al cultivar el silencio, el alma ya no reaccionará solamente ante las circunstancias exteriores, sino que estará más centrada. Esto significa que sabrá distinguir con más precisión qué es lo esencial y qué es secundario. Lo esencial es escuchar a Dios y dialogar con Él; lo esencial es servir al prójimo en el amor de Dios, etc.

En el silencio vamos encontrando más fácilmente la jerarquía de las cosas y de las actividades, y no nos dejaremos distraer continuamente. Cuando el alma se va centrando, también se sana. Disminuye su tendencia a estar dispersa y a ceder ante las influencias exteriores. Puede adentrarse más fácilmente en sí misma y refugiarse en Dios, y así experimenta un mayor orden interior.

En las próximas meditaciones, echaremos un vistazo a la ascesis en el contexto de la sanación, así como también a otro aspecto más que el Señor nos ofrece en este sentido, para retomar posteriormente nuestras acostumbradas meditaciones diarias sobre la Palabra de Dios.