Amado Padre, en el maravilloso Mensaje que transmitiste a la Madre Eugenia Ravasio, nos cuentas cómo acompañaste a un cierto hombre durante toda su vida y lo colmaste de bendiciones. Sin embargo, aquel hombre no correspondió a tu cortejo; sino que se enredó en el pecado, ofendiéndote así constantemente. Pero Tú no cesaste de llamarlo ni de luchar por él. Poco antes de su muerte, finalmente se arrepintió de su mala vida y te invocó con el nombre de “Padre”; y Tú te alegraste de poder perdonarlo y de que esté junto a Ti en la eternidad.
NOVENA A DIOS PADRE – Día 3: “Padre, quiero ser luz tuya”
Amado Padre, esta serie de meditaciones es una Novena en tu honor, y ha de ayudar a los hombres –tus amados hijos– a conocerte más profundamente.
También ha de servir para que pronto se cumpla tu deseo de que la Iglesia instaure una Fiesta litúrgica, en la cual Tú seas honrado como “Padre de toda la humanidad”. Este anhelo Tuyo se lo confiaste a la Madre Eugenia Ravasio.
NOVENA A DIOS PADRE – Día 2: “Tú, Padre, eres la vida”
Conocerte, oh Padre, es la vida; la verdadera vida; la vida eterna…
En efecto, es esto lo que siempre buscamos… Constantemente estamos a la mira de algo que nos llene, que nos haga felices –según nuestro concepto de felicidad–; de algo que perdure… Pero, ¿puede acaso haber verdadera felicidad sin Ti?
NOVENA A DIOS PADRE – Día 1: “¡Tú eres mi Padre!”
A Ti, Padre Celestial, nos encomendamos enteramente y sin reservas, pues Tú eres nuestro amado y amantísimo Padre.
Coloco estas palabras como inicio de la novena a Dios Padre que hoy iniciamos, porque es así como nosotros, los hombres, deberíamos vivir.
Preparación para las meditaciones sobre Dios Padre
Me dirijo a todos quienes siguen diariamente mis meditaciones… Me alegro de que haya muchas personas que consideran estas reflexiones acompañadas por la música sacra como un alimento espiritual. De hecho, procuro transmitir vivamente la Palabra de Dios e incluir también en estas meditaciones aspectos del camino de seguimiento de Cristo.
Reverencia y amor confiado
Ex 33,7-11; 34,4b.5-9.28
En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó “tienda del encuentro”. El que tenía que consultar al Señor salía fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro. Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que éste entraba en la tienda; en cuanto él entraba, la columna de nube bajaba y se quedaba a la entrada de la tienda, mientras él hablaba con el Señor, y el Señor hablaba con Moisés.
Ojos para ver y oídos para oír
Mt 13,16-17 (Evangelio correspondiente a la memoria de San Joaquín y Santa Ana)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.”
La humildad: preciosa flor en el jardín de Dios
Ef 4,1-6
Hermanos: Yo, prisionero por el Señor, os exhorto a que viváis de una manera digna de la llamada que habéis recibido: con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Pues uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos.
El Señor arranca la cizaña
Mt 13,24-30
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: “El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.
El crecimiento de la vida sobrenatural
Gal 2,19-20 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Brígida)
Hermanos: yo por la Ley he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.
