Jn 3,7.13
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo. Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre.”
Jn 3,7.13
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo. Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre.”
Mc 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará. A los que crean acompañarán estos milagros: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, si bebieran algún veneno, no les dañará; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados.”
Ap 1,9-11a.12-13.17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: “Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.”
Mc 16,9-15
Después de resucitar al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció en primer lugar a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios. Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con él, que se encontraban tristes y llorosos. Pero ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no lo creyeron.
Jn 21,1-14
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar.” Le contestaron ellos: “También nosotros vamos contigo.” Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Lc 24,35-48
Los discípulos que habían regresado de Emaús contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban comentando todo esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros”. Sobresaltados y asustados, creyeron ver un espíritu. Pero él les dijo: “¿Por qué os turbáis? ¿Por qué alberga dudas vuestra mente? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y pensad que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Dicho esto les mostró las manos y los pies.
Lc 24,13-35
Aquel mismo día iban dos de los discípulos a un pueblo llamado Emaús, que dista sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y se puso a caminar a su lado. Pero sus ojos estaban como incapacitados para reconocerle.
Hch 2,14a.36-41
El día de Pentecostés, dijo Pedro a los judíos: “Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado.” Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y para que recibáis el don del Espíritu Santo. La Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.”
Mt 28,8-15
En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Alegraos!” Ellas, acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”
María Magdalena, queriendo mostrarle su amor al Señor aun en la muerte, corre al sepulcro antes de que el día amanezca.
“Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2) –exclama con dolor, al descubrir que la piedra del sepulcro había sido removida. ¿Es que ni siquiera se deja en paz a los difuntos? ¿Dónde está su Señor?