Novena en honor a Dios Padre – Día 7: “Honrar a nuestro Padre”

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Un refrán alemán dice así: “Honra a quien merece honra”. ¡Este dicho se aplica a Dios Padre mejor que a nadie más! A Él le corresponde “el honor, la gloria y la alabanza”, como exclama maravillosamente el cántico del Apocalipsis (Ap 5,12). Si pudiéramos echar un vistazo al cielo, siendo testigos de cómo los ángeles y santos, que viven en amorosa y plena comunión con Él, lo honran sin cesar; entonces nuestra actitud frente a Dios se vería profundamente traspasada.

¿Cómo podríamos honrar al Padre como Él lo merece, o al menos intentarlo?

Cuando honramos a una persona, estamos reconociendo los méritos que se ha ganado. Los destacamos y así ensalzamos a la persona frente a los que han sido testigos de esta honra. Pensemos, por ejemplo, en alguien que ha hecho algo bueno o que ha obtenido un gran logro. Ciertamente veremos a esta persona con respeto y quizá incluso con admiración; en todo caso, apreciaremos su mérito.

Ahora bien, si esto sucede ya en el ámbito terrenal, ¡cuánto más deberíamos alabar a Dios por su extraordinaria obra de la Creación! A Él, que todo lo ha hecho bien; a Él, que nos puso todo a disposición; a Él que nos da la fuerza para obrar el bien y para llevar a otros a que también lo honren…

La meditación de esta gran verdad debería suscitar en nosotros profundísima gratitud, respeto y amor. Deberíamos vivir en una actitud de constante admiración, al contemplar la belleza de la creación y sus insondables misterios.

Y esta admiración puede incrementar aún más si nos fijamos en la infinita sabiduría y amor con que Dios Padre llevó a cabo la obra de la salvación. No escatimó ningún esfuerzo para arrebatarnos de las tinieblas de la perdición y conducirnos a su luz admirable.

Si el Espíritu Santo nos abre los ojos, descubriremos cada vez más la inmensidad del amor de Dios, reconoceremos la obra maestra de la salvación y lo honraremos por ella. Y no lo honramos solamente con las palabras y las alabanzas de su bondad, sino también a través del cumplimiento de sus deseos e intenciones. Así, podemos adquirir una actitud de respeto frente a la vida y a las personas, porque en todo descubriremos Su sabiduría.

Le damos la gloria a Dios al honrar sus obras y toda la sabiduría y gloria que hay en ellas, sabiendo que Él es su origen y su causa. Así, le devolvemos a Él lo que le pertenece. Al apreciar una obra de arte, estamos alabando a su artífice, que es quien la creó. Y, aún más, podemos alabar al Espíritu que inspiró al artista. Finalmente, si llegamos a la última causa de todo, honraremos a Dios, que obra todo en todos.

También glorificamos a nuestro Padre cuando damos testimonio de Él frente a las personas y cuando les ayudamos a descubrir cuál es la verdadera fuente de todo bien, es decir, Dios mismo. El hombre que honra a Dios, una vez que lo ha conocido más profundamente, está entrando en la gran verdad de su existencia; y así toda su vida encontrará un nuevo sentido y se transformará a través del Espíritu de Dios.

Le damos, además, mucha gloria a Dios cuando empleamos lo más bello que Él nos ha dado para la construcción de su Reino y para Él mismo. Nunca una voz resuena con más belleza que cuando canta para la gloria de Dios; nunca una palabra es más significativa que cuando proclama la bondad y el amor de Dios; nunca una persona es más auténtica que cuando entrega su propia libertad, poniéndola a disposición de Dios.