Ningún otro Evangelio

«Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito!»

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Gal 1,6-12

Hermanos: Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio –no es que haya otro, sino que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo–. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito! Os vuelvo a repetir lo que ya tengo dicho: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea maldito!

¿Qué creéis que ando buscando ahora: el favor de los hombres o el de Dios? ¿Pensáis que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.

Difícilmente encontraremos una palabra más clara que ésta de nuestro amado Apóstol San Pablo, advirtiéndonos de todo camino errado. El Evangelio es nuestro criterio, así como también la auténtica doctrina de la Iglesia. A todos quienes quieran seguir al Señor se dirige esta exhortación: desde el Papa hasta el más sencillo de los fieles en algún rincón de este mundo. ¡Nadie está por encima del Evangelio, ni siquiera los ángeles, como subraya San Pablo!

“Aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!”

Éstas son palabras fuertes, pero también necesarias, pues el Evangelio no es creación del hombre y nadie tiene el derecho a falsificarlo ni en lo más mínimo. Es una Revelación, con lo cual tiene la suprema autoridad, incluso por encima del Magisterio de la Iglesia. En Dei Verbum –una de las Constituciones del Concilio Vaticano II–, dice lo siguiente bajo el numeral 10: “El Magisterio (…) no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado.” ¡Ésta es la auténtica jerarquía!

Nunca habremos insistido lo suficiente en ello, precisamente en esta etapa de la historia de la Iglesia, en que muchas falsas doctrinas se entrometen para confundir a los fieles. Todo el que transmite la Palabra del Señor tendrá que rendir cuentas ante Dios y Su Evangelio. Aquel que anuncie otras enseñanzas y falsifique el Evangelio y la doctrina de la Iglesia, es un falso maestro que esparce veneno. Uno tal deberá ser corregido por las cabezas de la Iglesia, para que no perjudique a su propia alma ni a las de otros cristianos, y para que no adultere el testimonio de la Iglesia. Si esta corrección no se da, entonces acarrean culpa aquellos pastores a quienes les correspondería hacerla, por no velar sobre la pureza del Evangelio y sobre el rebaño que les fue confiado, permitiendo así la entrada de los lobos. En el peor de los casos, ellos mismos empiezan a aullar con los lobos o incluso se convierten en tales. Como podemos ver en la lectura de hoy, un San Pablo nunca lo hubiera tolerado.

Por eso, lamentablemente hoy en día hay que advertir a los fieles: “Escuchen solamente a aquellos que anuncian el Evangelio en toda su pureza; y no a los que lo acomodan hasta que se adapte a sus propias ideas. No todo el que fue llamado a ser pastor en la Iglesia ejerce de manera adecuada este servicio.” Es triste tener que decirlo, pero es inevitable: También la autoridad eclesial ha de ser vista a la luz del discernimiento de los espíritus, cuestionando si ella está siendo fiel al Evangelio y a todo lo que de él se deriva. No me refiero aquí a los pecados personales, que ciertamente son trágicos, pero pueden ser perdonados cuando hay una conversión sincera. Más bien, me refiero a una orientación errada, a una dirección equivocada y a la distorsión del mensaje que les fue encomendada…

Dietrich von Hildebrand –un pensador indoblegable, cuyos libros recomiendo encarecidamente, si bien son un tanto complejos– escribió en su libro “El viñedo devastado” (1973)[1]:

“Una de las más alarmantes enfermedades que hoy en día se ha difundido ampliamente en la Iglesia es el letargo de los guardianes de la fe y de la Iglesia (…). Pienso en los muchos obispos que no hacen uso de su autoridad cuando se trata de intervenir contra teólogos o sacerdotes heréticos, o contra una deformación blasfema del culto. O bien cierran los ojos e intentan ignorar los graves abusos, mediante una “política de avestruz”, haciendo caso omiso al llamamiento a intervenir conforme a su deber. O temen ser atacados por la prensa o los medios de comunicación, y ser etiquetados como reaccionarios, de mente estrecha o anticuados. Estos tales temen más a los hombres que a Dios.”

Hoy, 47 años después, tendría que decirle: “Querido Dietrich von Hildebrand, la situación se ha vuelto peor aún. Probablemente son muchos los pastores que se han contagiado de la ceguera generalizada, y ni siquiera se dan cuenta de los errores, porque desde hace décadas se han acostumbrado a ellos, y nadan con la corriente actual, de adaptar la Iglesia a este mundo.”

Gracias a Dios, aún quedan pastores indoblegables, que elevan su voz para advertir y recordarnos particularmente aquellas verdades que están siendo más atacadas. En ese sentido, el 31 de mayo de 2019, Cardenal Burke, Cardenal Janis Pujats, Monseñor Tomash Peta, Monseñor Jan Pawel Lenga y Monseñor Athanasius Schneider publicaron un escrito titulado “Declaración de las verdades relacionadas con algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo”. Puede encontrárselo en el siguiente enlace: https://www.infocatolica.com/?t=ic&cod=35085.

Antes de terminar, una nota personal:

Algunas personas me preguntaron qué pensar respecto a la recomendación de un sacerdote canadiense, quien sugiere conseguir alimentos para 3 meses, en vista de la crisis actual y de lo que él ve venir sobre el mundo.

Pues bien, no tengo ninguna guía especial del Señor a este respecto. No me cabe duda de que nos encontramos en una gran crisis, que puede agudizarse aún más. Pero, como dije, no sé si es necesaria una medida tal. En vista de lo que ha sucedido en los últimos meses, no puedo descartar que nos encontremos ante un escenario en el cual no estaría mal tener en casa alimentos no perecederos. Pero todo esto debe hacérselo sin pánico y con la confianza puesta en Dios. Y en caso de que no llegase a suceder lo que algunos ven venir, no se habría perdido nada y los alimentos pueden seguir almacenados.

 

[1] Von Hildebrand, D. (1973). Der verwüstete Weinberg [El viñedo devastado]. LINS-Verlag, Feldkirch. Traducido por Mirjana Gerstner.