Las oblaciones legítimas

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Mal 3,1-4.23-24

Voy a enviar a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y en seguida vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza que tanto deseáis, ya llega, dice Yahvé Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca? Porque será como fuego fundidor y lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán quienes presenten a Yahvé oblaciones legítimas. Entonces se complacerá Yahvé en la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días de antaño, como en los años remotos.

Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible. Él reconciliará a los padres con los hijos y a los hijos con los padres, y así no vendré a castigar la tierra con el anatema.

¡El Día del Señor llegará!

Ahora nos estamos preparando para la Fiesta de la Natividad del Señor, pero el texto de hoy se refiere también al Retorno de Cristo al final de los tiempos. El Nacimiento de Cristo, que celebramos y actualizamos cada año, tiene un carácter distinto a su Segunda Venida, pues en esta ocasión vendrá para el Juicio.

Con la primera Venida de Cristo, se inauguró el año de gracia del Señor (cf. Lc 4,18-19), y en esta etapa todos los hombres han de experimentar la bondad de Dios, para que se conviertan y reciban el perdón de sus pecados. No sabemos cuánto durará este año de gracia, pues desconocemos el día cuando Nuestro Señor retornará. Pero mientras esté vigente este tiempo de gracia, la Iglesia ha de cumplir su encargo de evangelizar el mundo, preparando así a la humanidad para la Segunda Venida de Cristo.

¿Cómo quiere encontrar el Señor a su Iglesia cuando vuelva?

Quiere encontrarla velando y orando; anunciando el evangelio y sirviendo al prójimo. En estos días previos a la Navidad, nuestra mirada se concentra de forma especial en la Virgen María. Ya hemos meditado el ‘sí’ que Ella dio a la Voluntad de Dios; y también hemos reflexionado acerca de la alabanza de Dios que resuena a través de sus labios y a través de toda su vida. Y podemos añadir el servicio que ella prestó a su prima Isabel, que estaba embarazada. Así, vemos que en María se encuentran todos los elementos que nos dispondrán a esperar con vigilancia la Segunda Venida de Cristo: la adoración de Dios, el cumplimiento de Su voluntad, el anuncio de Sus obras y el servicio al prójimo.

Podríamos, entonces, decir que el Señor quiere que su Iglesia sea como María, quien es su modelo. Dicho en otras palabras, la Iglesia debería ser mariana. Así, ella podría resistir el Día del Señor, pues también la Iglesia tendrá que atravesar una purificación. Hay algunos indicios que parecen mostrar que esta purificación está sucediendo ahora de forma especial.

En la lectura que hoy hemos leído, se dice que los hijos de Leví serán acrisolados como oro y plata, para que puedan ofrecer al Señor ofrendas legítimas. Esto quiere decir que una ofrenda puede ser legítima, o perfecta, sólo después de la purificación. Podríamos transportar esto a nuestra vida espiritual, diciendo que sólo podremos entregar nuestra vida como verdadera oblación, una vez que nuestro corazón haya sido purificado. Sólo entonces se habrá removido o vencido, al menos en gran parte, todo aquello que obstaculiza nuestra relación con Dios.

Podemos comparar los sacrificios que se ofrecían en la Antigua Alianza con el Santo Sacrificio de la Eucaristía, y entonces llegaremos a la conclusión de que todas las oblaciones de la Antigua Alianza eran incompletas, y, de alguna manera, representaban una preparación para el Sacrificio de Cristo, que es la única oblación perfecta ante Dios.

En este punto podemos establecer una conexión con nuestro camino espiritual. Mientras no hayamos sido purificados, nuestra oblación, es decir, nuestra entrega, será imperfecta. Pero si ya hemos atravesado procesos de purificación, podremos ofrecer al Señor también otros sacrificios, pues entonces el Espíritu Santo podrá actuar más intensamente en nosotros.

Para la purificación de nuestro corazón, podemos entrar en la “escuela de María”, pues Ella tuvo un corazón puro desde su concepción y lo conservó intacto durante toda su vida. La experiencia espiritual muestra que la “escuela de María” es firme pero, a la vez, dulce.

Pidámosle al Señor que purifique nuestro corazón, para que podamos resistir en su Gran Día.