La necesidad de desenmascarar a Lucifer y sus engaños (Parte 1)

«Como hijos de la luz, hemos de asumir nuestro sitio en esta batalla espiritual. ¡Escojamos a Santa Juana de Arco como una patrona!»

Descargar MP3

Descargar PDF

Escuchemos nuevamente una parte de la lectura que habíamos meditado los últimos dos días:

“Eras el sello de una obra maestra, colmado de sabiduría, de consumada belleza. Morabas en Edén, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas engalanaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, preparados desde el día de tu creación. Hice de ti un querubín protector, centelleante; estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego.

Tu conducta fue perfecta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad. Por la amplitud de tu comercio te llenaste de violencia, y pecaste. Y yo te degradé del monte de Dios; te eliminé, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Tu belleza te hizo altanero, corrompiste tu sabiduría por causa de tu esplendor. Y yo te precipité por tierra.” (Ez 28,12b-15)

Antanas Maceina, un autor lituano, escribió en 1954: “Surge el deber de no fiarse de todos; sino discernir los espíritus (cf. 1Jn 4,1) y desenmascarar las máscaras de la época”.

Esta y las próximas meditaciones han de ayudar a sacar a la luz los intentos de engañar de Lucifer, quien sin duda quiere apoderarse de la actual pandemia para utilizarla conforme a sus propios intereses.  Sin embargo, los fieles, firmemente adheridos al Señor, pueden asumir conscientemente su sitio en esta batalla espiritual, como hijos de la luz (cf. Ef 5,8) en la muchedumbre que siga al Cordero (cf. Ap 7,9), para no sólo escapar de las trampas de Satanás, identificar sus disfraces y desenmascararlo; sino también para pasar al contraataque, a través de su unión con Cristo. Aunque Satanás se presente como si fuese omnipotente, no lo es. ¡Ya ha sido vencido por Nuestro Señor Jesucristo! Al final de los tiempos, será arrojado al lago de fuego (cf. Ap 20,10). Hasta entonces, es el tiempo de librar el combate de forma apropiada, con armas espirituales. Nosotros luchamos como miembros de la Iglesia militante, bajo la guía y con la asistencia de la Iglesia celestial y el apoyo de la Iglesia purgante. ¡Escojamos a Santa Juana de Arco como una patrona de este combate!

Desde hace algunos meses, vemos una situación de vida distinta para muchas personas. El miedo a la propagación del virus Covid-19 domina la vida pública, y ha dado lugar a medidas que, en muchos países, restringen notablemente la libertad habitual. La escena en las calles ha cambiado: Uno ve personas que, con mascarillas, intentan protegerse a sí mismas y a otros; hay que guardar distancias de seguridad; se moviliza a la policía para controlar el cumplimiento de las medidas de seguridad; día a día los medios informan sobre las nuevas cifras de infectados y fallecidos… Iglesias han sido cerradas; durante meses no se celebraron Santas Misas públicas; la Plaza de San Pedro en Roma estuvo vacía; y, una y otra vez, se expresan los grandes temores de que la economía sufrirá graves daños y que se producirán más consecuencias…

Para los fieles fue un shock el haber sido excluidos durante meses de la celebración de la Santa Misa, y luego poder participar sólo bajo ciertas prescripciones de seguridad. En algunos sitios, incluso es obligatorio usar mascarillas durante el servicio litúrgico, y la comunión se distribuye sólo en la mano. Esto representa una grave interferencia en su práctica de fe, además de que tales medidas resultan ajenas a un lugar santo, como lo es un templo. Algunos incluso podrían considerarlo como una desacralización de las iglesias.

Lo que llama la atención en esta pandemia es la velocidad con la cual se implementaron medidas contra el virus a nivel mundial, y que en todas partes, con solo pocas excepciones, se hayan tomado las mismas medidas para contrarrestarlo. El modelo fue tomado principalmente de Wuhan, la ciudad de China en la cual empezó a propagarse el virus, de acuerdo a lo que hasta ahora se sabe.

Así, surge un cuadro muy extraño, a cuya absurdidad no deberíamos acostumbrarnos: las personas detrás de mascarillas, el miedo a un virus determina gran parte de la vida… Casi todo se lo subordina a la protección contra el virus, tal como dijo públicamente un político alemán al inicio de la epidemia: “Todos estamos bajo el control del Covid.”

Como creyente, uno se pregunta cómo ver todo este acontecimiento desde la perspectiva de Dios. ¿Por qué Él habrá permitido esta plaga, tanto la enfermedad misma como las medidas a menudo degradantes y extrañas?

Todo el que sigue mis meditaciones, sabe que yo veo una conexión entre los graves pecados de este mundo –es decir, las violaciones de los mandamientos de Dios– y el brote de esta plaga. Pero no es sólo el mundo el que se aparta de los caminos de Dios; sino que también en nuestra Iglesia están difundiéndose errores que la debilitan notablemente, y que dan a Lucifer la oportunidad de confundir a los fieles y pretender robarle a la Iglesia su fuerza profética[1].

En esta crisis, son sólo unos pocos valientes jerarcas los que ofrecen una guía al Pueblo de Dios. Así, en esta situación el rebaño del Cordero ha de apoyarse totalmente en Dios; aferrarse a las palabras de la Sagrada Escritura y seguir la doctrina clara y auténtica de la Iglesia. Si el corazón permanece anclado en Dios y recurre a la intercesión y al auxilio de la Virgen, le será posible no dejarse engañar por los sutiles intentos de Lucifer de cegarnos.

¡Dios no dejará a los suyos sin guía!

Tenemos que estar muy atentos, cuando los poderes de la oscuridad pretenden valerse de la situación actual para llevar a cabo sus planes y perjudicar a los hombres. No se trata de “explorar las profundidades de Satanás” (cf. Ap 2,24), quizá dejándose así fascinar por el mal, sin darse cuenta. Para poder afrontar correctamente esta situación, necesitamos una clara luz de parte de Dios. Si en el libro del Apocalipsis o en ciertos pasajes del evangelio el Señor nos advierte sobre acontecimientos alarmantes (cf. Mc 13,5-37), no es para causarnos miedo; sino para que estemos vigilantes y confiemos en Él. Lo mismo cuenta para muchas apariciones marianas auténticas, que a menudo vienen acompañadas con indicaciones concretas sobre lo que hay que hacer para evitar o reducir el mal (por ejemplo, el mensaje de Fátima). Además, suele llamar a hacer actos de reparación, etc…

En cambio, la difusión del miedo es algo que le complacería sobremanera a Lucifer, pues así podría llevar a cabo más fácilmente sus intenciones. En ese sentido, también un miedo excesivo, que va más allá de la precaución justificada ante la pandemia, es una puerta peligrosa por la cual pueden ejercer su influencia los poderes que quieren engañar.

Un primer paso decisivo para ofrecer resistencia al abuso de Lucifer, que quiere usar esta pandemia para sus fines, es entrar en diálogo con Dios sobre la situación actual. En el contexto bíblico, las plagas de este tipo representaban siempre un llamado a la conversión, a un cambio de vida, a volver a los mandamientos de Dios. Fueron y siguen siendo permitidas por Dios, para que la humanidad se acuerde de Él, y, de haber estado perdida, retorne a casa; para que experimente las consecuencias de los caminos equivocados… ¡Esto no ha cambiado para el día de hoy! Entonces, para los fieles significa profundizar la propia conversión, asumiendo así responsabilidad por aquellos que no han despertado aún, que siguen moviéndose en la noche del pecado o han caído en el error.

Si no tomamos en cuenta esta dimensión, hemos caído ya en el primer engaño. Porque si vemos este acontecimiento sólo a nivel natural e intentamos explicarlo como una “venganza de la naturaleza” u otras razones, no tendremos la clave para entender la situación actual. Permanecerá a oscuras, en una esfera que le agrada a Lucifer, pues le permite actuar ocultamente, anidándose o dando lugar a todo tipo de interpretaciones erróneas.

Si en esta crisis “omitiéramos” a Dios, por así decir, como si nuestro Padre Celestial no tuviese nada que ver con esto ni se ocupase de la situación, uno estaría privándose voluntariamente de la soberanía interpretativa, que le ha sido dada a la Iglesia y que Ella debería comunicar a los hombres a través de su voz profética, para mostrarles el camino señalado por Dios.

La pandemia ha de ser colocada a la luz de Dios, para recibir de Él la guía correspondiente.

Este tema continuará…

 

[1] Quien desee conocer más de cerca mi punto de vista sobre las confusiones actuales en nuestra Iglesia, con mucho gusto puede escribirme y le recomendaré el respectivo escrito o meditación: contact@jemael.org