La fidelidad del Señor

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Gen 17,1a.3-9

Cayó Abrán rostro en tierra, y Dios le habló así: “Por mi parte ésta es mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abrahán, pues te he constituido padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera, te convertiré en pueblos, y reyes saldrán de ti. Estableceré mi alianza entre nosotros dos, y también con tu descendencia, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo tu Dios y el de tu posteridad. Te daré a ti y a tu posteridad la tierra en la que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Dios de los tuyos.” Dijo Dios a Abrahán: “Guarda, pues, mi alianza, tú y tu posteridad, de generación en generación.”

Es una alianza santa, la que sella Dios con Abrahán en el texto que hoy hemos escuchado; una alianza que actúa en toda su profundidad cuando se guarda fidelidad.

La promesa de Dios es fiable y siempre se mantiene en pie. El hombre, en cambio, en su inconstancia, frecuentemente hiere e incluso rompe esta alianza. Éste es el drama que se vivía en los tiempos de la Antigua Alianza y que continúa hasta nuestros tiempos. Dios es fiel; el hombre muchas veces es infiel.

Es gracias a la fidelidad de Dios que podemos volver una y otra vez a Él. Es Él quien nos tiene abierto el camino para la reconciliación; es Él quien perdona nuestros pecados y nos vuelve a levantar con Su gracia, para que podamos cumplir nuestras promesas a Dios y al prójimo.

Sin embargo, son devastadoras las consecuencias de la infidelidad. Pensemos en la historia de Israel; pensemos en las naciones que le fueron infieles al Señor; pensemos en nuestras propias infidelidades, que a menudo cometemos día tras día; pensemos en la infidelidad a la alianza matrimonial o la infidelidad a promesas o votos que se le han hecho al Señor.

No cabe duda de que Él está siempre presto a la reconciliación; que siempre se compadece de nuestras debilidades; que siempre intenta sostenernos con Su gracia… ¡No cabe duda de su gran misericordia!

Sin embargo, el Señor permite que veamos las consecuencias de la infidelidad, para que invoquemos tanto más Su auxilio, y para que estemos vigilantes en nuestro camino de seguimiento de Cristo.

¿Cómo podremos evitar y superar la infidelidad? Ya el primer pecado en el paraíso fue una infidelidad frente al mandato del Señor, y podemos decir que a partir de ahí inició la historia de la infidelidad del hombre. Entonces, ésta está profundamente arraigada en nosotros y, para poder vencer las grandes y también las pequeñas tentaciones de infidelidad, se requiere una verdadera vigilancia y una firme voluntad de vivir según la gracia de Dios. En la lectura de hoy, hemos escuchado cómo Dios le insiste a Abrahán que él y su posteridad guarden la alianza sellada. Su insistencia y advertencia se dirigen también a nosotros, que por gracia podemos vivir en la Nueva Alianza.

Fijémonos, por ejemplo, en el sacramento del matrimonio. Con razón, la Iglesia lo considera indisoluble, pues en él ha de reflejarse la fidelidad de Dios a nosotros, los hombres. Precisamente en la mutua fidelidad es donde se desarrolla y crece el amor, que es el fundamento de una alianza como la del matrimonio. Cualquier tipo de infidelidad, en cambio, hiere gravemente la alianza. ¡Cuán fácilmente ocurre una infidelidad! Por eso en el matrimonio es importante que se cultive el amor, que se solucionen las pequeñas rencillas, que, a través de la oración y la cercanía a Dios, se active la gracia sacramental del matrimonio. Además, hará falta estar vigilantes, para que el corazón no se desvíe y se fije en otra persona, hasta el punto de herir la fidelidad. Esta vigilancia también ha de cuidar los pensamientos y los sentimientos. ¡No en vano Jesús advirtió que no se mirara con deseo a una mujer (cf. Mt 5,28)! Frecuentemente el acto de infidelidad matrimonial está precedido por pequeñas actitudes infieles, que debilitan a tal punto que ya no se puede, o tal vez ya no se quiere, resistir cuando llegan las grandes tentaciones.

¡Éste es un reflejo de la relación con Dios! Las grandes infidelidades a Él suelen estar precedidas por más pequeñas manifestaciones de infidelidad, tales como el descuido de la oración y del camino interior, la falta de examinación del propio corazón, las adecuaciones al espíritu del mundo, la acumulación de pecados veniales, la carente vigilancia y la falta de caridad en el trato con otras personas…

Debemos entrenarnos de forma consciente en la fidelidad a Dios y en la fidelidad a nivel general, sobre todo si notamos que tenemos tendencias a la infidelidad. Para ello, nos servirán actos concretos como cumplir las promesas hechas, realizar realmente lo que uno se ha propuesto, perseverar en la oración, entre otros.

No debemos pasar por alto ni aún las pequeñas desviaciones, ni tampoco justificarlas inmediatamente; sino que debemos percibirlas y corregirlas, con la ayuda de Dios. Si no correspondemos a lo que nos proponemos, pongámonos en camino hacia el Señor. Él nos levantará y nos dará fuerza. Prometámosle nuestra fidelidad y, al mismo tiempo, pidámosle que él reafirme y consolide nuestra decisión. Esto le agradará al Señor, y de esta forma nos iremos asemejando más a Él, que es siempre fiel.