En la escuela de los padres del desierto (I): EL COMBATE EN LO QUE ESCUCHAMOS

Ef 6,10-13.18 (Lectura correspondiente a la memoria de San Antonio Abad)

Hermanos, fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no va dirigida contra simples seres humanos, sino contra los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto; y manteneros firmes después de haber vencido todo. Manteneos siempre en la oración y en la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos.

Durante los próximos días, nos encontraremos con dos santos que son modelo ejemplar de todas aquellas personas que lo dejaron todo por seguir al Señor y servirle sin reservas. En primera instancia, hablaremos sobre San Antonio Abad, padre del desierto, a quien hoy conmemoramos, y nos detendremos en una frase suya en particular, sacándole provecho para nuestra vida espiritual.

Este pasaje de la Carta a los Efesios que se ha escogido para su memoria es enormemente importante, y quisiera recordar que hace algunos meses publiqué en mi canal de YouTube una conferencia sobre el combate espiritual: https://www.youtube.com/watch?v=Cc8pj33z7DM

Vale la pena escucharla una y otra vez para cobrar consciencia de la lucha en la que estamos inmersos en la situación actual del mundo. Ésta va mucho más allá de la sola cuestión de encontrar el medicamento adecuado para tratar el Covid-19. Es un combate en el que ocurre exactamente lo que aquí nos plantea San Pablo: “Porque nuestra lucha no va dirigida contra simples seres humanos, sino contra los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire.”

Las meditaciones de los próximos tres días tratarán sobre cómo podemos estar mejor preparados a nivel interior para librar este combate. Empecemos, entonces, echando una mirada al santo a quien hoy conmemoramos:

En el siglo III, San Antonio Abad abandonó el mundo por causa de Cristo y vivió durante mucho tiempo en el desierto de Libia. La fama de su sabiduría se extendió, y muchas personas acudían a él, aunque en realidad había optado por una vida en soledad. Pero es que las personas buscan orientación, y cuando se sabe de alguien que ha adquirido experiencia en su camino espiritual, entonces acudirán a él otros que también buscan a Dios, para dejarse instruir.

Así, se formó una especie de comunidad eremítica en torno a San Antonio, en la que se procuraba luchar conscientemente, a través del trabajo y de la constante oración, contra las tentaciones y contra aquellas fuerzas del mal que se mencionan en la Carta a los Efesios. Ciertamente estos hombres de Dios entendían y asumían su combate en representación por toda la cristiandad y la humanidad.

En efecto, cada vez que rechazamos una tentación, los demonios sufren directa o indirectamente una derrota en su intento de apartar a los hombres de su camino con Dios. Los malos espíritus no sólo nos atacan directamente, a través de malos pensamientos, sentimientos, etc; sino que también les encanta esconderse detrás de las atracciones de este mundo o de las debilidades de nuestra carne, aprovechándose de ellas para llevar a cabo sus planes siniestros.

Meditemos hoy un aspecto de este pequeño texto de San Antonio, que él mismo puso en práctica en su vida:

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

A diferencia de los monjes que vivían en el desierto, nosotros no estamos exentos de ninguno de los tres primeros combates que menciona San Antonio, a menos que alguno realmente viva en el desierto. Entonces, no sólo nos corresponde luchar contra la impureza; sino que también hemos de librar el combate de la escucha, del habla y de la vista. Esto significa que debemos aprender a lidiar con todo ello conforme a lo que sea fructífero para la vida espiritual.  

Enfoquémonos hoy en el combate contra lo que escuchamos, y en los próximos días abarcaremos el combate en lo que refiere al habla y a la vista, así como también la lucha contra la impureza, que en el tiempo actual debe librarse con particular intensidad.

 

El combate en lo que escuchamos

¿A qué le prestamos nuestra atención? ¡Cuán difícil nos resulta escuchar atentamente la Palabra de Dios o asimilar los contenidos espirituales! En cambio, con cuánta facilidad nos dejamos atrapar e influenciar por palabrerías superficiales y fugaces. En el tiempo actual, que San Antonio aún no conocía, parece haber una destrucción sistemática del silencio, a causa de los constantes entretenimientos e informaciones que se nos ofrecen. Gracias a los celulares, se ha hecho posible hablar por teléfono en cualquier parte. Todo el mundo puede ser localizado en cualquier momento, e incluso nos vemos forzadamente incluidos en las conversaciones de otras personas, que no tienen nada que ver con nosotros.

¿Y en qué consiste el trabajo de los demonios en este campo?

Si Dios puede hablarnos con más facilidad en el silencio y nosotros encontrarnos más a profundidad con Él, entonces habrá que hacer todo lo posible por aniquilar sistemáticamente el silencio. Nuestros oídos deben ser bombardeados con todo tipo de contenidos, excepto con el evangelio y todo lo que se relacione con él. Nuestra tendencia a la dispersión, producto de nuestra naturaleza caída, debe ser fomentada aún más, para que de ninguna manera entremos en el silencio.

Así, los demonios encuentran aquí un campo apropiado para actuar, con el fin de alejarnos del camino de Dios sin que apenas lo notemos; y, si esto no les fuera posible, al menos dificultárnoslo.

¡Hemos de asumir conscientemente este combate, en la fuerza del Señor! Será necesario luchar, si queremos cerrar nuestros oídos a lo innecesario o perjudicial, y para que se abran a la Palabra del Señor.

Para ello, se requiere disciplina y un uso muy consciente de las fuentes de información, especialmente el internet, que está a toda hora disponible. Deberíamos dedicarle sólo ciertos espacios de tiempo, que nosotros mismos hayamos determinado, teniendo también en claro para qué fin lo vamos a emplear. En este punto, hemos de estar vigilantes, porque a menudo no nos damos cuenta de la enorme seducción que pueden ejercer sobre nosotros estas fuentes de información, como por ejemplo los ‘smartphones’. Éstos casi han llegado a ser acompañantes permanentes, se convierten en “miembros ilegítimos de la familia”, y se puede llegar hasta el punto de que casi toda la comunicación se realiza por este medio. ¡Y uno apenas lo nota, porque nos hemos acostumbrado!

Más importante que esto es tomarse tiempo para el silencio y para retirarse, frecuentando estas prácticas con regularidad y huyendo así de la constante escucha.

Entonces, nosotros mismos debemos decidir a qué le prestamos nuestro oído y qué es lo que no queremos escuchar. Para ello, también es necesario superar cualquier tipo de curiosidad, luchar contra el interés superficial en las informaciones rápidas y, sobre todo, buscar siempre de nuevo al Señor, para escucharlo a Él.

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