El Padre busca a los hombres

«Mira, ¡pongo en el suelo mi corona y toda mi gloria, para tomar la apariencia de un hombre común!»

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En el texto del mensaje de Dios Padre, Madre Eugenia empieza describiendo la magnífica aparición del Padre, la cual fue anunciada por cantos de ángeles. Es el 1 de julio de 1932… El Padre empieza a hablarle:

“¡Te lo dije ya y te lo repito: no puedo entregar por segunda vez a mi Hijo predilecto para demostrarles a los hombres mi amor! Pero ahora yo mismo vengo a ellos por amor. Para que conozcan este amor, Yo tomo su aspecto y su pobreza.

Mira, ¡pongo en el suelo mi corona y toda mi gloria, para tomar la apariencia de un hombre común!

¡Paz y salvación para esta casa y para el mundo entero! ¡Que mi potencia, mi amor y mi Espíritu Santo toquen los corazones de los hombres, de modo que toda la humanidad se encamine hacia la salvación y venga hacia su Padre, que la busca para amarla y salvarla! (…)

Para iniciar mi obra entre los hombres, he escogido este día, porque es la Fiesta de la Preciosa Sangre de mi Hijo Jesús. Tengo la intención de bañar con esta sangre la obra que he venido a iniciar, para que dé grandes frutos para la humanidad entera”. 

Antes de que el Padre se le apareciese y le confiase su mensaje, la Madre Eugenia describe con cuánta alegría y confianza esperaba ella Su cercana venida. Alegría y confianza son dos conceptos fundamentales, con los que nos encontraremos frecuentemente en este mensaje, sea de forma directa o indirecta. Se trata del gozo en el Señor; esa alegría en la que también San Pablo nos exhorta a vivir (cf. Fil 4,4). Y, por el otro lado, la confianza en Dios, que es la respuesta adecuada que nosotros, los hombres, hemos de dar al amor del Padre.

Como el Padre lo expresa en este mensaje, es el amor Su motivación para venir. A su Hijo ya nos lo envió, demostrándonos así Su amor. Jamás terminaremos de comprender este misterio, que Dios mismo haya venido a nosotros en la Persona de Jesús, para consumar toda la obra de nuestra Redención.

Pero a menudo los hombres tienen dificultad en reconocer realmente Su amor. Sobre ellos se cierne como una sombra oscura. Quizá no se sienten dignos de ser amados, a causa de los defectos que descubren en sí mismos. Quizá se ven siempre en desventaja, y les parece que la vida no les es propicia. Posiblemente hayan vivido muchas experiencias negativas, y sus erradas interpretaciones han oscurecido en ellos la imagen de un Dios amoroso, o no han permitido que se forme siquiera tal imagen. Viven en el pecado, y la luz de Dios se desvanece más y más…

¡Pero Dios no se rinde ni se cansa de buscarlos! Esto lo escucharemos una y otra vez a lo largo del Mensaje del Padre. En el pasaje que hoy escuchábamos, vemos que el Padre Celestial, en Su aparición, se hace semejante al hombre. Toma la apariencia de un hombre común y deja atrás Su gloria, para hablar con la Madre Eugenia.

En primer lugar, el Padre concede su bendición: “Paz y salvación para el mundo entero.” ¡Esta paz es Su paz; y no otra! Más adelante, nos lo explicará mejor… Se trata de una paz que viene de Dios; una paz que consiste en reconocerlo a Él en verdad, y en conocer Su amor, y luego hacer Su voluntad. Asimismo, también la salvación que aquí se menciona viene de Dios, y le es ofrecida a toda la humanidad en su Redentor.

¡Estos son los grandes ofrecimientos de Dios para la humanidad! Aquí podemos ya “echar un vistazo” a Su Corazón. En él, no hay nada de aquello que lamentablemente aún tenemos que descubrir en nuestro interior. Su Corazón está abierto para todos los hombres, dondequiera y bajo cualquier circunstancia que se encuentren. Los corazones de los hombres han de ser tocados por este amor de Dios, para que emprendan el camino de regreso a casa, donde el Padre de todos nosotros.

¡Cuán importantes son ya estas primeras y pocas palabras! Los corazones de los hombres necesitan ser tocados por Dios. Esto no ha sucedido aún lo suficiente. Por eso, los corazones de los hombres no pocas veces son fríos o andan extraviados; se cierran o están como envueltos en una niebla… El amor de nuestro Padre quiere tocarlos, para que se ablanden, para liberarlos de sus enredos y puedan ser libres para corresponder a Su amor.

De estas primeras líneas, asimilemos el mensaje de que Dios, en Su amor, nos busca. Más adelante escucharemos también cómo nosotros podemos participar en esta búsqueda de Dios.

Su obra de amor está sumergida en la Sangre del Hijo; es decir, inmersa en la obra de la Redención, de manera que produzca abundante fruto.