El largo camino hasta Belén (Parte I): «Dios nos ama desde la eternidad»

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Como había anunciado en la meditación de ayer, en este Tiempo de Adviento las meditaciones diarias en los días de la semana han de servir primordialmente para profundizar la conferencia del Domingo, que está subida en el canal de YouTube en inglés con traducción al español:

En primera instancia, hemos de acoger profundamente el concepto de la bondadosa Providencia de Dios, pues éste nos permite comprender mejor que fue el amor de Dios el que nos llamó a la existencia y nos regala Su constante presencia. No somos un producto casual ni un capricho de la naturaleza, que va y viene y, a fin de cuentas, se disuelve en la nada. ¡No! ¡Dios nos ha creado, para concedernos vivir en comunión con Él y hacernos partícipes de Su plenitud (cf. Ef 1,4-6)! El Señor nos dice:

“Te llamé por tu nombre, y eres mío” (Is 43,1).

Estas palabras, que Dios dirige a Su Pueblo por medio del Profeta Jeremías, cuentan para cada persona desde toda la eternidad. Todos los que Dios llama a la vida, son deseados y amados por Él desde siempre. Cada uno está llamado a despertar a esta realidad y percatarse: “Sí, es el Señor quien me creó y me llamó por mi nombre. ¡Él es mi Padre!”

Y en el libro de Jeremías el Señor nos dice:

“Antes de haberte formado en el vientre, yo te conocía; antes que nacieses, te había consagrado (…)” (Jer 1,5).

En Su Providencia, Dios nos veía desde antaño con miras a la Redención, que nos concedería en Jesús. ¡No venimos a este mundo como huérfanos ni somos jamás abandonados por Dios, aun si las circunstancias en que vivamos sean desdichadas! Así nos dice el Señor:

“¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo jamás te olvidaría” (Is 49,15).

Dios quiere que vivamos en la seguridad de Su amor, y que Él sea para nosotros el ancla firme en este mundo pasajero; que estemos seguros del amor que Él nos tiene desde toda la eternidad y que, día a día y en cada instante de nuestra existencia, cobremos consciencia de que Él fue y es y será para siempre:

“Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.”
(Sal 90,2) 

Dios, nuestro Padre, quien nos invita a confiarle todo nuestro ser y a arrojarnos totalmente en Sus brazos, nos permite así entrar en el “Reino de la ilimitada confianza en Dios”. En una ocasión, el Señor le dijo a Santa Gertrudis de Helfta:

“Una confianza firme flecha Mi Corazón. Esta confianza le hace tal violencia a Mi amor, que jamás podré sustraerme a ella.”

Este camino a lo largo de las meditaciones diarias en el Adviento ha de llevarnos a vivir como “hombres expectantes”, como personas que todo lo esperan del amor de Dios, como hijos Suyos, que en el ‘aquí’ y en el ‘ahora’ perciben Su sabiduría y cada día se saben sostenidos por este amor.