El Hijo os dará libertad (Parte II)

Descargar MP3

Descargar PDF

En la última meditación, habíamos tratado el tema de los respetos humanos, y habíamos visto cómo esta carencia de libertad pesa sobre nosotros y opaca el testimonio de una vida liberada en Cristo. Pero los respetos humanos no solamente nos afectan y limitan a nivel personal, afectando sólo indirectamente a las otras personas; sino que pueden llevar al pecado. Por ejemplo, nuestra fe católica nos llama a profesar las verdades que corresponden a ella. Pero si estamos atados por los respetos humanos, hay un gran peligro de que no confesemos nuestra fe. Esto puede significar que, en el momento en que se nos exige un testimonio, negamos al Señor.

Entonces, no podemos simplemente dejar que estos respetos humanos subsistan, y arreglárnoslas con ellos. Esto cobra particular actualidad en estos tiempos, en los que se extienden cada vez más las fuerzas anticristianas, adentrándose incluso en la Iglesia y amenazando a los fieles.

Es importante que aprendamos a identificar los respetos humanos. Posiblemente han llevado a un comportamiento al que uno ya se ha acostumbrado, de manera que ni siquiera se reconoce la carencia de libertad personal.

¿Cómo podemos, entonces, superar los respetos humanos y el egocentrismo que se relaciona con ellos?

¡Hay que dejar de mirarse a uno mismo para enfocarse en Dios, preguntándole siempre a Él cuál es la respuesta apropiada para la situación dada! Si inmediatamente centramos nuestra mirada en las personas, nuestra libertad queda muy restringida. Esto se pone aún peor cuando demasiado pronto nos metemos en los pensamientos de los demás, sin antes haber clarificado interiormente la situación desde el punto de vista objetivo.

Entonces, en primera instancia hemos de preguntarnos: ¿Qué es lo correcto a los ojos de Dios? Podemos hacerlo a través de la oración, especialmente en la invocación del Espíritu Santo.

En este contexto, son dos dones del Espíritu Santo que podemos pedir de forma particular: el don de consejo y el de fortaleza.

El don de consejo quiere darnos la luz que necesitamos en cada situación, de manera que podamos contemplarla a la luz de Dios. ¡Así podremos establecer la objetividad!

El don de fortaleza, en cambio, nos ayuda a poner en práctica lo que hemos entendido que Dios quiere, y a vencer los obstáculos que quieren impedirnos hacer lo correcto. En el contexto en el que estamos hablando, el obstáculo serían los respetos humanos, que prevén y temen todo tipo de reacciones negativas por parte de las personas.

También es provechoso meditar los pasajes de la Sagrada Escritura que atinan a la situación en que nos encontramos. Estas palabras de la Escritura deberíamos repetir e interiorizarlas, de manera que calen cada vez más profundamente en nosotros. Nos darán la fuerza de Dios para desprendernos de los respetos humanos, que nos atan a nosotros mismos, y así poder entender más fácilmente las indicaciones del Espíritu Santo.

Una vez que hayamos aprendido a percibir en nosotros los respetos humanos, podremos invocar concretamente al Espíritu Santo en el momento mismo en que aparezcan tales sentimientos, adentrarnos en la oración del corazón y rezar con insistencia para que esos sentimientos inquietos y tensos sean tocados y refrenados por el Espíritu de Dios.

Si nos hemos decidido a combatir contra los respetos humanos y a vencerlos en Cristo, deberíamos pedirle de antemano al Señor que nos fortalezca, ya antes de enfrentarnos a aquellas situaciones en las que sabemos que suelen aparecer los respetos humanos en nuestro interior.

Es posible que cuando empecemos a reflexionar más sobre esta carencia de libertad, también la percibamos más fuertemente en nuestro interior. ¡Pero esto no debe desalentarnos! Antes bien, hemos de tomarlo como un reto para dar todos los pasos que nos ayuden al menos a reducir los respetos humanos.

“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” -nos dice el Señor (Jn 8,36). A esto hemos de aferrarnos, y tener la mirada puesta en el Señor en todo lo que hagamos y digamos. Si día a día nos unimos más profundamente al Señor, ya no seremos tan dependientes del “qué dirán” de las otras personas, o de lo que creemos que podrían pensar; sino que examinaremos lo que es correcto a Sus ojos y puede resistir ante Él.

¡Esto nos conducirá a la libertad que sólo el Hijo de Dios puede dar!