El Custodio de la Palabra

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Sal 119,9-14

¿Cómo puede el joven llevar una vida íntegra? Viviendo conforme a tu palabra. Yo te busco con todo el corazón; no dejes que me desvíe de tus mandamientos. En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti. ¡Bendito seas, Señor! ¡Enséñame tus decretos! Con mis labios he proclamado todos los juicios que has emitido. Me regocijo en el camino de tus estatutos más que en todas las riquezas.

Tener la Palabra del Señor profundamente grabada en el corazón, regirse según Ella y profesar al Señor… Éste es, en pocas palabras, el mensaje de este salmo.

La Sagrada Escritura nos indica una y otra vez que hemos de vivir de la Palabra de Dios. Una parte esencial de la formación espiritual consiste en saber cómo la Palabra puede penetrar en nosotros, para dar fruto según lo que Dios ha dispuesto.

Pero no sólo por eso es importante, sino también porque en tiempos de persecución hemos de alimentarnos principalmente de la Mesa de la Palabra. Aunque en este momento quizá no podamos imaginarlo, no es de descartar que lleguemos a estar en una situación en la que sea difícil o incluso imposible recibir los sacramentos. Si nos fijamos en los tiempos de persecución que han afrontado los cristianos en el pasado, o siguen afrontando en nuestros días en ciertos países, tendremos que constatar que esta realidad ha existido y existe.

Es el Espíritu Santo quien nos recuerda lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Él es, entonces, la memoria viva del Señor en nosotros; o, dicho en otras palabras, Él actualiza las palabras y obras del Señor. Por eso hemos de vivir en una relación receptiva con el Espíritu Santo, porque será Él mismo quien preserve intacta la Palabra en nosotros, protegiéndola de falsas interpretaciones, de errores y relativizaciones.

El salmo habla de esforzarse atentamente en no apartarse del camino recto. Podemos ver cómo actúa aquí el espíritu del temor de Dios, y escuchamos que se habla de “atesorar en el corazón” las palabras del Señor. Esto significa que debe haber un espacio interior del cual puede brotar la fuente pura de la Palabra. Aquí, no sucede lo que Jesús advertía en su parábola con respecto a la semilla; sino que, por el contrario, ésta echa raíces profundas y permanece. Aquí la Palabra produce el fruto de las buenas obras, y es, al mismo tiempo, constante alimento para el alma. De hecho, aquel que vive en Ella y de Ella, la comprende cada vez más a profundidad, porque la Palabra moldea el entendimiento, ilumina la razón, calienta el corazón, esclarece todo nuestro ser… Aprendemos a pensar y actuar a partir de la Palabra, y no tanto según nuestras propias ideas y deseos.

Entonces, si queremos vivir en la Palabra del Señor, es recomendable no solamente leerla y estudiarla; sino además pedirle al Espíritu Santo que consolide y arraigue en nosotros todo cuanto hayamos leído y acogido, de modo que Él pueda siempre traérnoslo a la memoria y se convierta en nuestro tesoro común.

Si vivimos en esta relación con el Espíritu del Señor, Su alegría será la de recordarnos la Palabra en todo tiempo y circunstancia, y darnos además la clave para su comprensión. Pensemos, por ejemplo, que Pedro, después de que descendió el Espíritu Santo sobre él, no sólo recordó las palabras del profeta Joel -ciertamente bajo inspiración del Espíritu-; sino que además obtuvo de Él la clave para comprenderlas, y poderlas anunciar con autoridad (cf. Hch 2,14-21).

Si la Palabra de Dios ha de actuar constantemente en nosotros, preservándonos del pecado e induciéndonos a todo lo que es bueno, no hay nadie que pudiese lograrlo mejor que el Espíritu Santo mismo. Podemos pedirle, entonces, que sea Él el custodio de todo aquello que, bajo Su mismo influjo, ha sido obrado en nosotros; podemos pedirle que Él se interponga cuando estemos en peligro de tomar un rumbo equivocado, y cuando estemos escuchando palabras que no proceden del Pastor de las ovejas. Él nos dará un espíritu muy delicado, para que identifiquemos las tentaciones ya en su raíz, las doctrinas erróneas en su raíz, las ideologías en su raíz, y todo aquello que se aparta de los caminos de Dios.

Si realmente llegasen tiempos de persecución, y no pudiésemos recibir los sacramentos, y hubiese una prohibición de leer la Biblia o se la modificase hasta acoplarla al espíritu del mundo, entonces el Espíritu Santo será nuestro custodio interior, que ha conservado y protegido intacto el tesoro de las Palabras del Señor que hayamos leído y escuchado, y nos las hará presentes. Aunque pretendan quitarnos todo, al Espíritu Santo nadie podrá robarlo de nuestro interior. Sólo el pecado grave y la obstinación en el mismo le obligarían a retirarse. Pero, cuanto más habite en nosotros la Palabra de Dios, tanto más el Espíritu nos preservará de tal caída.