1Tim 1,1-2.12-14
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.
La gracia de Dios, que fue la que llamó al Apóstol Pablo al seguimiento del Señor, es un gran consuelo. En palabras del mismo Apóstol, él había sido un blasfemo, un perseguidor y un insolente, hasta que la gracia de Dios lo encontró, y él, por su parte, no ofreció resistencia al llamado de Dios.
También hoy en día existen tantas personas que aún viven sin fe, que no la comprenden, o que se muestran indiferentes o incluso hostiles ante ella. Quizá entre ellos haya también blasfemos. Éstos tales blasfeman porque no entienden…
Sin duda la blasfemia es un acto muy grave. A uno prácticamente sólo le queda la opción de apartarse de tales personas, porque a menudo, aun sin saberlo, ofenden al Señor y a todo lo relacionado con Él. ¡Y esto es insoportable! Sin embargo, el testimonio del Apóstol de los Gentiles nos da esperanza… ¡Tal vez no todos los blasfemos sean decididamente malos, sino que no saben lo que hacen!
Por eso es tanto más importante anunciar la fe, y orar y ofrecer sacrificios por la difusión del evangelio. Porque ¿cómo las personas han de conocer las fuentes más profundas de la fe, si ni siquiera les ha llegado el anuncio; si la convicción de la fe se desvanece y hay cada vez menos predicadores y misioneros convincentes para dar testimonio de la belleza de la fe?
Tal vez nosotros, los fieles, necesitamos mucha perseverancia y paciencia, así como el Señor mismo la tiene. Así, podremos descubrir en el blasfemo -aunque objetivamente ofenda al Señor- también a uno que no sabe lo que hace; a alguien que quizá, en el fondo, incluso esté buscando a Dios. ¡Entonces no nos asustaremos demasiado! En todo caso, Pablo no fue desechado por el Señor; sino más bien iluminado. El Señor lo tuvo por fiel y le concedió su misericordia. Pablo, por su parte, le respondió con todo su amor y puso su vida entera al servicio de Dios. Anunció incansablemente al Señor y selló su vida con el martirio.
Tomemos este texto como una invitación a orar particularmente por aquellos que se comportan como enemigos de Dios y de la Iglesia. ¡San Pablo no es el único caso de conversión que conocemos! Existen muchos testimonios de personas que fueron tocadas por la gracia de Dios y dejaron atrás sus caminos torcidos. ¡El encuentro con el inmenso amor del Señor les llegó al corazón y los venció!
No pocas veces sucede que las personas tienen una imagen errónea de Dios, y quizá su agresividad se dirige a esta falsa imagen, y no a quien Dios verdaderamente es. Entonces, si lo conocerían como es Él en realidad, sus corazones podrían abrirse y se desmoronaría todo lo que habían edificado como ataque a esta falsa imagen de Dios.
Entones, ¿qué es lo que nosotros podemos hacer para ayudar a que las personas conozcan a Cristo? Además de nuestra oración, sacrificio y anuncio auténtico, hemos de dar testimonio de una vida redimida, que convenza. La verdadera imagen de Dios resplandece en aquella vida que está profundamente impregnada del amor del Señor. Esto, a su vez, será el fruto de vivir conforme al Espíritu de Dios, permitiéndole a Él que nos transforme interiormente. De hecho, tal vez esta esperanza de poder llegar a las personas que llevan una vida sin sentido, nos sirva como motivación para dejarnos purificar por Dios. Quizá también nos ayude el tener en vista a ciertas personas concretas; personas que tienen una influencia a nivel público y hacen mucho daño.
¡Fue tanto lo que Dios nos regaló a través de San Pablo! Su conversión, a la que la Iglesia ha dedicado una fiesta litúrgica en particular, sigue actuando hasta nuestros días. Sus cartas, llenas del Espíritu, se hicieron parte de la Sagrada Escritura y siguen siendo directrices válidas. Su celo y fervor nos invitan a imitarlo. ¡El Señor hizo grandes cosas en este Apóstol, y hoy quiere seguir obrando milagros tales! Hace relativamente poco tiempo, una mexicana, en su preocupación por su país y por la Iglesia, me decía: “¡Tendría que venir alguien como el Apóstol Pablo!”
¡Pidámosle al Señor que nos conceda personas ardientes como él, y nosotros, por nuestra parte, intentemos cumplir nuestra misión a la luz de Dios!