El autoengaño (Parte I)

El conocimiento de sí mismo a la luz de Dios

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Durante los próximos días, trataremos un tema de mucha importancia, que podrá ser de gran provecho para nuestro camino de seguimiento de Cristo: el autoengaño. Tomaremos como base un texto escrito por el Padre Paulus Sladek OSA. Éste podrá servirnos en muchos aspectos, pero en primer lugar será para conocernos mejor a nosotros mismos, lo cual es esencial para llevar una auténtica vida espiritual. Por otra parte, el texto también nos dará pautas para realizar un discernimiento de los espíritus más acertado, de manera que podamos ayudar a personas que viven en un autoengaño, sea total o parcial.

Ciertamente se trata de una tarea bastante compleja, y no debemos ser demasiado optimistas, creyendo que siempre alcanzaremos el objetivo. Pero sí podremos rezar para que las personas despierten de su autoengaño.

Escuchemos, entonces, al Padre Sladek:

“La ceguera tan extendida del hombre con respecto a su propio corazón, la cual el Señor criticaba en los fariseos, tiene sus raíces en el ‘autoengaño’ en que tantos viven. El autoengaño resulta necesariamente de la inclinación al mal que tenemos como consecuencia del pecado original. La tendencia al autoengaño es el hecho más peligroso, producto del debilitamiento del entendimiento y de la voluntad. Es lamentable que, hasta ahora, la teología no haya mencionado específicamente la inclinación al autoengaño como una de las consecuencias del pecado original, siendo así que el relato de la primera caída en la Sagrada Escritura la señala ya con bastante claridad (cf. Gen 3). Las palabras con que Jesús prepara a sus discípulos para el martirio, nos muestran el grado alarmante de autoengaño al que se puede llegar, pudiéndose infiltrar en él incluso el fervor religioso: “Llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2).

El pecado y el autoengaño están necesariamente vinculados. El pecado, visto desde una perspectiva psicológica, constituye el intento autónomo del hombre de alcanzar la felicidad, la perfección y la libertad, y con ello el amor y el poder que su corazón anhela -deseo que le ha sido infundido por Dios-, apoyándose únicamente en sus propias fuerzas. El autoengaño, en cambio, es el intento de crearse una conciencia libre de culpas y pecados, haciéndose así igual a Dios. Las culpas y los pecados que el hombre de hecho tiene, los hace a un lado a través del autoengaño; es decir, mintiéndose a sí mismo.

Con el autoengaño, que de acuerdo a nuestro punto de vista corresponde a aquello que Freud ha denominado como ‘represión’, el hombre abusa de su capacidad de olvidar cosas de poca importancia, desplazándolas de su consciente. Freud supo reconocer que el hombre trata de reprimir aquello que le es incómodo, y no hay nada más incómodo para el orgullo y el amor propio que la culpa. Por eso, cuanto más grande sea el orgullo y el amor propio de una persona, tanto más se esforzará en crearse una conciencia limpia, aunque no lo haga conscientemente. Así, edificará una falsa convicción de su propia bondad, una autoestima sobre valores irreales. Aunque el autoengaño no sea consciente, sí es deseado. El mismo término lo confirma. Así como la palabra ‘autoayuda’ indica que una persona emplea todas sus fuerzas para salir de una dificultad, la palabra ‘autoengaño’ significa que el hombre emplea y quiere emplear todas sus fuerzas en engañarse a sí mismo, evitando ver la realidad de su ser.

El autoengaño es un pensamiento ilusorio. “El deseo es el padre del pensamiento”. Puesto que nos gusta vernos a nosotros mismos en nuestra bondad y sin defectos, influenciamos de forma inconsciente nuestros pensamientos, de modo que ya no vemos cómo somos realmente sino que nos vemos como quisiéramos ser. El mayor peligro de este comportamiento está en el hecho de que la intención y el ejercicio del autoengaño son escrupulosamente ocultados ante el consciente de la persona, y desplazados al inconsciente. Así, pues, la persona no se da cuenta de que no conoce la verdad sobre el estado de su corazón, y de ningún modo quiere conocerla. Puesto que el autoengaño parte de la voluntad libre, aunque inconsciente, el hombre es responsable por la ceguera en que vive. Por eso, la fuerte reprensión de Jesús a los fariseos es totalmente justificada, también desde la perspectiva de la ‘psicología de las profundidades’.  

El autoengaño está tan difundido como el orgullo, el amor propio y la inclinación al mal. De hecho, se lo practica desde la infancia, aproximadamente desde el cuarto año de vida, que es cuando el niño empieza a cometer los primeros pecados conscientes. Conocemos la ilimitada apertura y sinceridad de los niños pequeños, antes de los cuatro años. El niño dice: “Francisco no quiere portarse bien.” Después, en cambio, dirá: “Francisco no puede portarse bien”. De este modo, no asume la responsabilidad por sus malas inclinaciones. Con el paso de los años, esta actitud lleva a la convicción de que “quiero hacer el bien, pero soy incapaz”. Éste es uno de los lemas del autoengaño en el adulto. Cree estar irresistiblemente sometido a sus inclinaciones y pasiones, y se miente a sí mismo diciéndose: “No es mi culpa. Fue más fuerte que yo”. Así, se niega la mala intención, se buscan excusas, se echa la culpa a otros, no se habla con claridad, no se realiza una franca autocrítica, no se asume la responsabilidad por los propios actos…

De este modo, se construye un comportamiento habitual frente a ciertas situaciones, que se ejecuta automática e inconscientemente en el alma. Puesto que el hombre practica el autoengaño movido por un interés egoísta, va desarrollando de forma inconsciente un fuerte rechazo a todo cuanto saque a la luz la mentira en que vive. El orgullo experimenta la propia culpa como una humillación injusta, contra la cual resiste apasionadamente. Como consecuencia de esta resistencia, es común el desgano en realizar un detallado examen de consciencia y confesar sinceramente los pecados. Hoy en día se cede con demasiada facilidad a este desgano.”