El apóstol Bartolomé

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Jn 1,45-51

Lectura correspondiente a la Fiesta de San Bartolomé, Apóstol

Felipe encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas; es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.” Le respondió Natanael: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?” Le dijo Felipe: “Ven y lo verás.”

Cuando vio Jesús que se acercaba Natanael, dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.” Natanael le preguntó: “¿De qué me conoces?” Respondió Jesús: “Te vi cuando estabas debajo de la higuera, antes de que Felipe te llamara.” Le respondió Natanael: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.” Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.” Y añadió: “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.” 

“Un israelita en quien no hay engaño”… Jesús le dirige un gran elogio a Natanael, a quien se lo identifica con el Apóstol Bartolomé, cuya fiesta hoy celebramos.

A continuación escucharemos una breve descripción sobre San Bartolomé, tomada del libro “La vida de los santos de Dios”, escrita por el padre benedictino Otto Bitschnau:

Bartolomé fue un fiel acompañante de Jesús a lo largo de toda su vida pública. Fue testigo ocular de sus milagros, de su Pasión, de su Muerte y de su Resurrección del sepulcro. Junto con los demás apóstoles, recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés, y fue un ardiente proclamador del evangelio. La Tradición ubica su labor apostólica en tres grandes países: India, Frigia y Armenia Mayor, donde padeció el martirio por causa de Jesús, su Maestro, alrededor del año 71, en la ciudad de Albanópolis, cerca del Mar Caspio.

En esta región, Bartolomé obró grandes milagros en enfermos y posesos. Cuando el rey Polimio se enteró de ello, llamó al apóstol para que se dignara sanar a su hija, que había tenido que ser encadenada por sus ataques de rabia. Bartolomé vino y, con una breve oración, liberó a la princesa del mal espíritu. Fue enorme la alegría en toda la ciudad a causa de este milagro. El rey, lleno de gozo, insistía en que el apóstol aceptase los regalos de oro y piedras preciosas; pero él lo rechazaba todo diciendo: “No fue la ambición de oro y plata la que me condujo a este país; sino el anhelo de traer felicidad a las almas. No deseo que me des los tesoros de tu reino; sino que tú aceptes los tesoros del Reino de los cielos que yo te traigo, y que renuncies a la idolatría para adorar al único Dios del cielo y de la tierra.”

Entonces, Bartolomé anunció a toda la corte a Jesús, el Crucificado, y añadió: “Como muestra de que todos vuestros dioses no son más que demonios, que hablan a través de vuestras imágenes muertas, vayamos al templo, y yo forzaré al Diablo mismo a confirmar públicamente la verdad de mis palabras.” La propuesta fue de agrado, y el rey, junto con gran parte del pueblo, acompañó a Bartolomé al templo principal de la diosa Astaroth. En nombre de Jesús, él le ordenó que confesase quién era ella. Con espantosos alaridos tuvo que admitir: “Yo soy un demonio y hasta ahora he engañado al rey y a su pueblo: existe un solo Dios, Aquel a quien éste os anuncia.”

Los sacerdotes de la diosa Astaroth, viendo arruinada su reputación, se encendieron en un odio mortal contra Bartolomé. Así, buscaron y encontraron a un poderoso aliado en Astiages, el hermano del rey Polimio, que, a su vez, regía sobre una parte de Armenia. Astiages fingió el deseo de conocer el cristianismo e invitó a Bartolomé a venir.

Cuando el apóstol apareció ante él, Astiages le ordenó encolerizado que ofreciera un sacrificio a los dioses, advirtiéndole que, de no hacerlo, moriría. Bartolomé se negó, y Astiages ordenó que lo desollasen vivo y luego lo decapitaran.

El cuerpo santo del Apóstol fue honrosamente sepultado por los cristianos, y llegó posteriormente a Dora en Mesopotamia, donde el Emperador Justino edificó una preciosa iglesia en su honor. En el tiempo de los sarracenos, sus restos fueron trasladados a Benevento, y el Emperador Otón II llevó algunas de sus reliquias a Roma. A San Bartolomé se lo venera especialmente como patrono de los pecadores, porque, aun habiendo sufrido lo más cruel y doloroso entre todos los mártires, actuó con la más noble magnanimidad, pidiendo por la conversión de los pecadores en medio de sus padecimientos.

 

Hasta aquí la síntesis de la vida del apóstol cuya fiesta hoy celebramos.

Podemos ver que Bartolomé fue fiel hasta la muerte a su vocación: un israelita de verdad, en quien no hay engaño. El anuncio del evangelio va necesariamente acompañado de la expulsión de los ídolos, detrás de los cuales se ocultan los demonios.

Este aspecto es importante también en este tiempo. Ni ha disminuido la urgencia del anuncio del evangelio, que ha de ser transmitido sin recortes, ni tampoco han desaparecido los ídolos y, con ellos, los demonios. Parece que esta consciencia se está desvaneciendo incluso en círculos dentro de la Iglesia, cuando se busca dudosos métodos curativos, cuando se acepta contenidos y prácticas esotéricas o incluso se recibe la “bendición” de manos de un chamán.

La claridad que podemos reconocer en este extracto de la vida del apóstol Bartolomé, totalmente consciente de que no pueden convivir el evangelio junto a las fuerzas oscuras, ha de retornar a nuestra iglesia, donde parece haberse debilitado. ¿Qué es lo que corresponde al evangelio y a la fe católica, y qué es lo que no puede convivir con ella? ¿Dónde se mezclan las cosas? Por ejemplo, uno no podría solamente poner énfasis en los valores positivos de las otras religiones, sin tener presentes los errores y carencias que existen en ellas. Si no se hace este discernimiento, surgiría una visión deformada.

La particularidad del anuncio del Mesías, el Redentor de toda la humanidad, no puede ponerse en segundo plano para abrir paso a una religión cuasi universal, según la cual todas las religiones corresponderían a la misma voluntad de Dios.

¡Que el Apóstol Bartolomé, a través de su ejemplo e intercesión, nos alcance la valentía para anunciar el evangelio sin recortes, con sabiduría e intrepidez; y que Él ore junto a nosotros por la conversión de los pecadores!