El amor de Dios nos corteja

Os 2,16.17b-18.21-22

Así habla el Señor: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás: ‘Mi esposo’ y ya no me llamarás: ‘Mi Baal’. Aquel día haré para ellos una alianza con las fieras salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Arco y espada y armas romperé en el país, y los haré dormir tranquilos. Yo te desposaré para siempre, te desposaré a precio de justicia y derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor.”  

Los días anteriores, habíamos escuchado cómo Dios, expresaba su amor a su Pueblo por medio del profeta Amós. En sus promesas se hizo patente la intención originaria que Dios tiene para su Pueblo.

Hoy nos encontramos con un nuevo aspecto del amor de Dios, que aquí se muestra en su dimensión esponsal: Dios corteja a su Pueblo, así como un hombre corteja a su amada. Este tierno amor de Dios por su Pueblo podía experimentarse ya en la Antigua Alianza y se manifiesta aún más claramente en la venida de Jesús al mundo.

Podríamos expresarlo con acierto en estos términos humanos: ¡Dios no se cansa de cortejar a su Pueblo! Todas las infidelidades de su Pueblo no pueden moverlo a darse por vencido en su conquista. Ésta es la realidad que nos da esperanza, con la que siempre podemos contar y que a toda hora está presta a mostrársenos.

La promesa que hoy escuchamos, siguiendo en este lenguaje, afirma que el Pueblo queda legítimamente desposado con Dios y rompe su relación ilegítima e infiel con Baal. Esta comparación es muy expresiva y, como católicos, no nos resultará difícil comprenderla. Sabemos que, mientras exista un matrimonio válidamente contraído, cualquier otra relación que implique los actos específicamente conyugales será ilegítima y, por tanto, constituirá una ruptura de la alianza matrimonial.

¡Lo mismo cuenta también para la Iglesia! ¡Ella está desposada con el Señor! Si la Iglesia descuida la misión que le ha sido confiada y se alía con el espíritu del mundo, comete una especie de adulterio espiritual.

Dios, en cambio, quiere sellar una alianza con su Pueblo, una alianza que abarca a cada creatura. Dios promete maravillosos dones a Israel: el fin de la guerra, reposo, seguridad… ¡Las promesas del Señor permanecen siempre vigentes! ¡Él jamás abandonará al hombre, ni en el tiempo ni en la eternidad!

Una afirmación particularmente hermosa de este texto es cuando Dios dice: “Te desposaré a precio de justicia y derecho.” Él establece una “dote” para el desposorio legítimo con su Pueblo: El precio es su justicia y su derecho, el amor y la misericordia.

Lo que se aplica para el Pueblo entero, cuenta también para el alma del hombre: Cuando ella se aparta del pecado y retorna a Dios, entra en la relación legítima de la creatura con su Creador. Mientras el alma permanece en el pecado, es decir, en el reino de las tinieblas, vive en una relación ilegítima con Baal. ¡Está cometiendo adulterio! Pero, en cambio, cuando se convierte e invoca a Dios como su Creador y Redentor, entonces la gracia divina puede penetrar en ella, trayéndole todos aquellos dones que se mencionan en el texto de hoy. La guerra interior llega a su fin y el alma encuentra reposo y seguridad. Entonces, Dios la adorna con su justicia y la reviste de amor y misericordia. Una alianza eterna es sellada; Dios se declara en favor de su esposa.

De tantas formas Dios expresa su amor por su Pueblo; es decir, por nosotros, los hombres. A toda hora quiere darnos a entender que este amor suyo jamás reposa y está siempre a la espera de nuestra respuesta. Y en cuanto esta respuesta llega, el amor de Dios se convierte en motivo de fiesta para el Pueblo. Entonces, Dios puede cumplir su deseo de salvarnos, y nosotros lo llamamos a Él por su verdadero Nombre y reconocemos cada vez más el gran amor que nos tiene.

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