Dios quiere que todos se salven – Meditaciones sobre el Mensaje del Padre (Parte 26)

La falsa imagen de Dios: una de las consecuencias del pecado original.

Descargar MP3

Descargar PDF

En la Sagrada Escritura y en el anuncio de la Iglesia se manifiesta el deseo de Dios de que todos los hombres se salven. Sabemos hasta dónde llegó esta voluntad salvífica de Dios: hasta la muerte en Cruz de Nuestro Señor para redimir a los hombres. ¿Puede haber un amor más grande? ¡No!

Sólo podemos descubrir cada vez más profundamente este amor, permitir que penetre en nosotros y estar dispuestos a darle al amor una prioridad absoluta en nuestra vida, tal como es el caso de Dios mismo.

También muchas partes del “Mensaje del Padre” hacen hincapié en este deseo salvífico de nuestro Padre, y una vez más nos dejan en claro cuánto Él se preocupa por nuestra salvación, abriendo una y otra vez nuevos caminos para que a través de ellos alcancemos la salvación que se nos ofrece. Siendo un Padre amoroso, es evidente que se preocupa particularmente por aquellos que están en peligro de perder su salvación. Así, Dios nunca oculta el hecho de que el hombre puede echar a perder su vida, tanto en el tiempo como para la eternidad, y se esfuerza por convencer al hombre de Su amor:

“Vengo a hacerme semejante a mis criaturas, para corregir la idea que tenéis de un Dios terriblemente justo. Pues veo a todos los hombres pasar su vida sin encomendarse a su único Padre, que quisiera darles a conocer su único deseo, de facilitarles su peregrinación en la vida terrena para luego concederles en el cielo una eterna vida divina.

Todos los que me llamen con el nombre de ‘Padre’, aunque fuese una sola vez, no perecerán; sino que les será asegurada la vida eterna en comunión con los elegidos.”

En este contexto, vale recordar una vez más que ya nuestros primeros padres en el Paraíso fueron engañados con respecto a las verdaderas intenciones de Dios. Cada uno podrá releer este relato bíblico de la “caída” (Gen 3,1-15), cuando la serpiente, mintiendo, le imputó a Dios malas intenciones, como si Él privaría al hombre de algo bueno y deseable, que es el conocimiento del bien y del mal.

Este engaño se extiende a lo largo de toda la historia y se inmiscuye incluso en el anuncio del evangelio. Lo que el Diablo pretende es que no tengamos la imagen correcta de Dios; sino que la distorsiona hasta el punto de transmitirnos una imagen tan falsificada de Dios que pareciera reflejar más bien la forma de ser de Satanás que la de nuestro Padre Celestial.

Con este trasfondo, resulta evidente la razón por la cual le es tan importante al Padre que se lo reconozca como es Él en verdad, y que quede claro cuál es la motivación en todo su actuar: Su amor incomparablemente inmenso.

Es como si Dios hablara a personas con problemas de audición, y tuviese que repetirles una y otra vez las mismas palabras, hasta que, poco a poco, penetren lentamente en los oídos afectados… Ésta podría ser una comparación que refleja el estado del hombre cuando no puede acoger el lenguaje del amor de Dios. Esto sucede también por prestarle oído a otras voces…

Así resuena la invitación del Padre:

“Yo soy el Sol que ilumina, que calienta y os abriga. Mirad y reconoced que soy vuestro Creador, vuestro Padre, vuestro único Dios. Y porque os amo, he venido a dejarme amar por vosotros para que todos vosotros os salvéis.”

Al oír estas palabras, a nosotros, los cristianos, podría parecernos que todo esto ya lo sabemos y que en Jesús hemos encontrado el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6). ¡Y ciertamente es así!

Pero lo que podemos cuestionarnos es si esta realidad del amor de nuestro Padre ha penetrado ya hasta lo más profundo de nuestra existencia, o si acaso hay aún en nosotros imágenes distorsionadas de Dios. En todo caso, llama la atención el hecho de que el Padre pide que este Mensaje sea llevado también a los cristianos:

“Y vosotros, que estáis en la Verdadera Luz, decidles lo dulce que es vivir en la Verdad. Decidles también a los cristianos, a estas queridas criaturas e hijos míos, cuán dulce es pensar que hay un Padre que todo lo ve, que todo lo sabe, que todo lo provee, que es infinitamente bueno, que sabe perdonar fácilmente, que castiga sólo a pesar Suyo y con vacilación. Decidles, finalmente, que no los abandonaré en las penas de la vida, solos y sin méritos. ¡Que vengan a mí! Yo les ayudaré, aligeraré su carga, suavizaré su vida tan dura y los embriagaré con mi amor de Padre, para hacerlos felices en el tiempo y en la Eternidad.”