Mc 1,40-45
Vino hacia él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y, compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: “Quiero, queda limpio”. Y al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio. Enseguida le conminó y le despidió. Le dijo: “Mira, no digas nada a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés por tu curación, para que les sirva de testimonio”.
Sin embargo, en cuanto se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta el punto de que ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Pero acudían a él de todas partes.
La fe del leproso desata, por así decir, la compasión del Señor y su deseo de salvar. Esta es una verdad que deberíamos grabarnos profundamente. El Señor quiere sanar; el Señor quiere salvar; el Señor quiere llamar a todos los hombres al Reino de su Padre, el Señor quiere limpiar a cada uno de su lepra, sea corporal o espiritual. “Quiero, queda limpio” –dice Jesús al leproso.
Entonces, todo depende de la fe que tengamos. Una y otra vez el Señor nos recuerda la importancia de la fe. ¡Son tantas partes de la Sagrada Escritura que hablan sobre esto! Por eso, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo puede aumentar nuestra fe? ¿Cómo puede llegar a ser tan grande que el Señor pueda obrar todo lo que Él quiere?
Por una parte, debemos orar para que nuestra fe se acreciente, así como los discípulos, que le pedían al Señor: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Otro punto más para fortalecer nuestra fe es meditar sobre todo lo que Dios ha obrado en nosotros. ¡Cuántas veces el Señor ha intervenido en nuestra vida; cuántas veces nuestras oraciones han sido escuchadas; de cuántos peligros nos ha preservado; con cuánta fidelidad nos ha sostenido en los tiempos de crisis!
Otro punto fundamental para crecer en la fe es la gratitud. No basta con recordar lo que el Señor ha hecho por nosotros, aunque también esto sea importante y suele ser olvidado. Pero sólo cuando damos las gracias por lo recibido, podremos percatarnos de la realidad en toda su dimensión. En este contexto, se nos viene a la mente aquel pasaje del evangelio, cuando sólo uno de los diez leprosos que el Señor había curado, regresa para darle la gloria a Dios (cf. Lc 17,11-19).
Cada experiencia con Dios, si la aplicamos correctamente, nos sirve para profundizar nuestra fe, pues cada experiencia nos enseña cómo Dios se preocupa por los hombres, y cómo todo Su ser está lleno de ese “Sí, quiero”. Si nos adentramos en ese “quiero” de Dios, a través de la fe, le abrimos las puertas para que Él pueda actuar en nosotros y a través de nosotros.
De alguna forma, podríamos decir que no sólo existe aquella trascendencia que nos eleva a Dios a través de Cristo: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre Omnipotente…” Podemos decir que también en Dios hay una trascendencia, cuando Él se manifiesta a través de nuestra fe, y puede así realizar su obra.
Entonces, la fe no sólo es importante para nuestra propia salvación; sino que está al servicio de la obra que Dios quiere realizar en toda la humanidad. He aquí una razón más por la que debemos pedir y esforzarnos para que se acreciente nuestra fe.
En el texto de hoy, el Señor manda al leproso que se presente al sacerdote y lleve su ofrenda conforme a la Ley de Moisés. Así, Jesús quería mostrar a aquellos que lo miraban con recelo, que Él actuaba conforme a la Ley, y que, por tanto, no había ninguna razón para sospechar de Él.
Este gesto del Señor es muy sabio, aunque tal vez no produjo en ellos el efecto deseado. Pero Jesús les estaba haciendo un ofrecimiento, como diciéndoles: “Mirad, fijaos, Yo actúo en continuidad con la Ley.”
Con este gesto, el Señor nos da un ejemplo para el trato con las personas que no nos entienden o que nos ven con sospecha. Tratemos de hacernos comprender, aunque parezca que no tiene mucho sentido. Y si no se nos presta oído ni se aceptan las explicaciones, entonces nos queda la oración.
El leproso del evangelio de hoy, una vez curado, no se atiene a las indicaciones que el Señor le había dado. Lleno de alegría por el milagro de su curación, contaba en todas partes lo que le había sucedido. Aunque es “justo y necesario” dar a conocer las obras de Dios, es más importante aún escuchar y obedecer con mucha precisión lo que el Señor nos pide, antes que actuar movidos por las emociones de júbilo. La consecuencia de la desobediencia del leproso fue que Jesús ya no podía anunciar en todas partes el evangelio, sino que tenía que esconderse.
Creer, escuchar y hacer la Voluntad de Dios… Estos tres elementos harán que nuestra vida espiritual sea flexible y estable a la vez.