“EL VERDADERO CONSUELO”  

«No busquéis consuelo en las personas. ¿Qué consuelo podrían daros? Id al sagrario y derramad allí vuestro corazón. Ahí encontraréis consuelo» (Santo Padre Pío).

¿Dónde buscamos consuelo? Con frecuencia, en las personas; a veces, también en los bienes materiales o en criaturas irracionales. Sin embargo, una y otra vez experimentamos que no recibimos un verdadero consuelo, pues este solo puede provenir del Espíritu Santo. Si acudimos al Señor, ¿nos negará Él su consuelo?

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“UN REFUGIO SEGURO”  

«Siempre encontrarás refugio en mí y en el corazón de tu Madre. ¡Nadie puede arrebatártelo!» (Palabra interior).

Necesitamos urgentemente este refugio en medio de la confusión que nos rodea, un baluarte de amor y seguridad. Siempre lo necesitaremos, incluso si llevamos muchos años en el camino del Señor y hemos avanzado con paso firme. ¡El refugio está ahí para nosotros! En su sabiduría, nuestro Padre celestial nos lo ha concedido para que encontremos nuestro hogar en el recinto interior de nuestra alma. Por más que la tormenta se desate a nuestro alrededor y el demonio intente asustarnos, el acceso a lo más profundo de nuestro corazón permanece abierto y nadie puede arrebatárnoslo. Este recinto, al que también se le llama «celda interior», no solo nos ofrece refugio, sino también la oportunidad de profundizar cada día en el amor entre el Padre y nosotros. Es, por así decirlo, el recinto sagrado de nuestra alma, en el que no puede colarse el Maligno, porque Dios habita en él.

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“LA FALSA UNIDAD SE DESMORONA”  

«Toda falsa unidad que no esté cimentada en mí no perdura y se desmorona» (Palabra interior).

La verdadera unidad solo puede provenir de Dios y estar cimentada en Él. En efecto, no hay lazo que una más profundamente a las personas que compartir y vivir la misma fe. Se trata, pues, de una unidad que viene de Dios y que hace realidad lo que Jesús pide al Padre en su oración sacerdotal:

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“SERENIDAD EN LA ADVERSIDAD”  

«Si en todas las adversidades nos abandonáramos con serenidad a la voluntad de Dios, estaríamos en el camino hacia la santidad y seríamos las personas más felices del mundo» (San Alfonso María de Ligorio).

Esta es una de esas frases que, si las asimilamos, pueden suponer un gran desafío para nosotros. Todos hemos sido llamados por nuestro Padre al camino de la santidad y todos queremos ser felices. De hecho, nadie podría imaginarse un cielo sin felicidad.

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“LUCHA POR LA FE”  

«Combatid por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre» (Jud 1,3).

El gran tesoro de la fe requiere todo nuestro empeño para protegerlo. No se trata solo de la dimensión interior, de luchar cuando sufrimos tentaciones, cuando sucumbimos a nuestras debilidades y nos topamos una y otra vez con los abismos de nuestro corazón que aún no han sido penetrados por la luz de Dios.

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“SOY YO”  

«Soy yo quien perdona, soy yo quien llama, soy yo quien perfecciona» (Palabra interior).

En nuestro camino de seguimiento de Cristo, nunca debemos olvidar que no fuimos nosotros quienes lo elegimos, sino que Él nos llamó (cf. Jn 15,16). Esto no solo se aplica a las vocaciones sacerdotales y religiosas, sino a cada persona en particular, como resuena en la maravillosa declaración del Señor a través del profeta Isaías: «Te he llamado por tu nombre. Tú eres mío» (Is 43,1).

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“LA RECOMPENSA DE DIOS SIEMPRE ES MAGNÍFICA”

«Todo el bien que los demás hagan por nuestra sugerencia, acrecentará el esplendor de nuestra gloria en el cielo» (San Juan Bosco).

Es una alegría para nosotros cuando nuestras buenas obras, ya sean palabras u obras, animan a otros a hacer lo mismo. Esto supone una alegría en sí mismo, y tanto la buena obra como su efecto sobre los demás llenan de gozo el corazón de nuestro Padre y dan testimonio de su amor.

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“EL GRAN TESORO DE LA VERDAD”  

«Nunca reniegues de lo que has reconocido como verdad» (Palabra interior).

La frase de hoy es todo un desafío para nosotros, los cristianos.

En realidad, debería ser obvio que nunca se puede renegar de la verdad, pues Dios mismo es la verdad y profesarla responde a nuestra identidad más profunda. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos dejan claro que «la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron» (Jn 1, 5). Y no se limitaron a no recibirla, sino que intentan ocultarla, combatirla e incluso ridiculizarla.

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