«¡Cuán grande sería mi alegría al ver a los padres enseñando a sus hijos a llamarme frecuentemente con el nombre de ‘Padre’, lo que realmente soy!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
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“LA FIDELIDAD DE NUESTRO PADRE”
«La palabra del Señor es verdadera; sus obras demuestran su fidelidad» (Sal 33,4).
“NUESTRO PADRE: EL BUENO POR EXCELENCIA”
«Nadie es bueno sino uno solo: Dios» (Mc 10,18).
Esta fue la primera respuesta que Jesús dio a aquel hombre que le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna.
“MI VIDA COMIENZA DE NUEVO CADA DÍA”
«Mi vida comienza de nuevo cada día y termina cada noche» (Santa Edith Stein).
¿Entendemos bien lo que nos transmite la santa carmelita Edith Stein en esta frase?
“UNA MONEDA DEL SEÑOR”
«Habiendo sido purificado, el justo se convierte en una moneda del Señor y lleva impresa la imagen de su Rey» (San Clemente de Alejandría).
“HAZ QUE YA NO SEA MÍO, SINO TODO TUYO”
«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).
“DAME TODO LO QUE ME ACERCA A TI”
«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).
Es una humilde súplica de San Nicolás. La segunda parte, en la que nos detendremos hoy, representa lo que en la mística católica se denomina «vía iluminativa»: «Dame todo lo que me acerca a ti».
“PRÍVAME DE TODO LO QUE ME ALEJA DE TI”
«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).
Esta oración de San Nicolás de Flüe resume brevemente las etapas del camino espiritual.
“LA SEPARACIÓN DEL MUNDO”
«El amor por las cosas mundanas, por los honores, la grandeza y el reconocimiento, se ha convertido en la segunda naturaleza del hombre. Es como mezclar agua con vino. Se necesitaría un gran milagro para volver a separarlos» (San José de Cupertino).
“FE Y VIDA INTERIOR”
«Empuña el escudo de la fe y abraza con amor en tu corazón la hermosa y resplandeciente justicia de Dios» (Santa Hildegarda de Bingen).