Evangelio de San Juan (Jn 10,10-21): “Un solo rebaño y un solo Pastor”  

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre”. Se produjo de nuevo una disensión entre los judíos a causa de estas palabras. Muchos de ellos decían: “Está endemoniado y loco, ¿por qué le escucháis?” Otros decían: “Cosas así no las dice uno que está endemoniado. ¿Es que puede un demonio abrir los ojos de los ciegos?”

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Evangelio de San Juan (Jn 10,1-10): “El buen Pastor”  

“En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños”. Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.

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Evangelio de San Juan (Jn 9,24-41): “Los ciegos ven, los que ven se enceguecen”  

Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Él les contestó: “Yo no sé si es un pecador. Sólo sé una cosa: que yo era ciego y que ahora veo”. Entonces le dijeron: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” “Ya os lo dije y no lo escuchasteis -les respondió-. ¿Por qué lo queréis oír de nuevo? ¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos le insultaron y dijeron: “Discípulo suyo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero ése no sabemos de dónde es”. Aquel hombre les respondió: “Esto es precisamente lo asombroso: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores. En cambio, si uno honra a Dios y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no fuera de Dios no hubiese podido hacer nada”. Ellos le replicaron: “Has nacido en pecado y ¿nos vas a enseñar tú a nosotros?” Y le echaron fuera. 

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Evangelio de San Juan (Jn 9,13-23): “Es un profeta”  

 

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. El día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos era sábado. Y los fariseos empezaron otra vez a preguntarle cómo había comenzado a ver. Él les respondió: “Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo”. Entonces algunos de los fariseos decían: “Ese hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado”. Pero otros decían: “¿Cómo es que un hombre pecador puede hacer semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Le dijeron, pues, otra vez al ciego: “¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos?” “Que es un profeta” -respondió. No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego hubiera llegado a ver, hasta que llamaron a los padres del que había recibido la vista, y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo que decís que nació ciego? ¿Entonces cómo es que ahora ve?” Respondieron sus padres: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Lo que no sabemos es cómo es que ahora ve.

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Evangelio de San Juan (Jn 9,1-12): “La curación de un ciego de nacimiento”  

 

Y al pasar vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: “Rabbí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?” Respondió Jesús: “Ni pecó éste ni sus padres, sino que eso ha ocurrido para que las obras de Dios se manifiesten en él. Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque llega la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo”. Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, lo aplicó en sus ojos y le dijo: “Anda, lávate en la piscina de Siloé -que significa: ‘Enviado’.”

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TESTIMONIO DE UN JUDÍO CONVERSO

En la meditación de hoy, saldremos un poco del marco habitual de los “3 Minutos para Abbá” y escucharemos –para gloria de Dios– un extracto del testimonio de conversión de Roy Schoeman, que creció como judío y en un momento de su vida recibió la gracia de conocer al Señor y de encontrar la Iglesia Católica. Lo que escucharemos a continuación tiene una conexión espiritual con la meditación de ayer:

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