En la última meditación hablamos sobre la vigilancia como actitud básica de los fieles que esperan el Retorno del Señor; una vigilancia que nos despierta de la somnolencia generalizada y nos mantiene atentos a su pronta Venida, así como a los signos que la precederán.
¿Cómo se produce esa somnolencia y qué podemos hacer para superarla? ¿Cómo podemos vivir totalmente centrados en el Señor que retorna? ¿Cómo mantener la actitud de vigilancia aun cuando el Señor parezca tardar en venir?
«Siempre encontrarás refugio en mí y en el corazón de tu Madre. ¡Nadie puede arrebatártelo!» (Palabra interior).
Necesitamos urgentemente este refugio en medio de la confusión que nos rodea, un baluarte de amor y seguridad. Siempre lo necesitaremos, incluso si llevamos muchos años en el camino del Señor y hemos avanzado con paso firme. ¡El refugio está ahí para nosotros! En su sabiduría, nuestro Padre celestial nos lo ha concedido para que encontremos nuestro hogar en el recinto interior de nuestra alma. Por más que la tormenta se desate a nuestro alrededor y el demonio intente asustarnos, el acceso a lo más profundo de nuestro corazón permanece abierto y nadie puede arrebatárnoslo. Este recinto, al que también se le llama «celda interior», no solo nos ofrece refugio, sino también la oportunidad de profundizar cada día en el amor entre el Padre y nosotros. Es, por así decirlo, el recinto sagrado de nuestra alma, en el que no puede colarse el Maligno, porque Dios habita en él.
«Toda falsa unidad que no esté cimentada en mí no perdura y se desmorona» (Palabra interior).
La verdadera unidad solo puede provenir de Dios y estar cimentada en Él. En efecto, no hay lazo que una más profundamente a las personas que compartir y vivir la misma fe. Se trata, pues, de una unidad que viene de Dios y que hace realidad lo que Jesús pide al Padre en su oración sacerdotal:
«Como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del hombre. Porque, del mismo modo que en los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno será tomado, y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo en el molino: una será tomada, y la otra dejada. Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque, cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,37-44).
Si tuviera que elegir una palabra que debería figurar entre los conceptos dominantes en relación con la Segunda Venida de Cristo, sería «vigilancia». La vigilancia consiste en salir de la costumbre y el letargo que nos envuelven con tanta facilidad. La vigilancia significa que el alma se enfoca en lo esencial y vive en el «kairós».
«Si en todas las adversidades nos abandonáramos con serenidad a la voluntad de Dios, estaríamos en el camino hacia la santidad y seríamos las personas más felices del mundo» (San Alfonso María de Ligorio).
Esta es una de esas frases que, si las asimilamos, pueden suponer un gran desafío para nosotros. Todos hemos sido llamados por nuestro Padre al camino de la santidad y todos queremos ser felices. De hecho, nadie podría imaginarse un cielo sin felicidad.
La primera semana de Adviento la hemos dedicado a meditar sobre la venida histórica de Jesús al mundo. En la segunda semana nos hemos centrado en el nacimiento del Señor en nuestro corazón y en cómo profundizar la relación con Jesús en nuestro interior.
Ahora, en esta tercera semana, nuestra mirada se dirige a la Segunda Venida del Señor, un tema del que generalmente se habla muy poco en nuestra Iglesia católica. ¿Quién habla del Retorno de Cristo? ¿Quién lo predica? ¿Quién se atreve a abordar las realidades escatológicas? En las comunidades protestantes, a menudo está más presente la conciencia del Retorno de Jesús. Sin embargo, puesto que carecen de la Tradición, sus reflexiones pueden resultar insuficientes y provocar confusión.
Antes de culminar la segunda semana de Adviento, repasemos brevemente los puntos esenciales de las meditaciones de los últimos días, que han de servirnos de guía para profundizar en nuestra vida interior. Son los siguientes:
La meditación de la Palabra de Dios.
El rezo del Santo Rosario meditado.
La oración del corazón.
La participación en dignas celebraciones eucarísticas, junto con la recepción de la Santa Comunión.
El acercamiento a la contemplación, con sus respectivas disposiciones preparatorias (buscar el silencio, superar los apegos desordenados a las cosas de este mundo y a las personas…).
«Combatid por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre» (Jud 1,3).
El gran tesoro de la fe requiere todo nuestro empeño para protegerlo. No se trata solo de la dimensión interior, de luchar cuando sufrimos tentaciones, cuando sucumbimos a nuestras debilidades y nos topamos una y otra vez con los abismos de nuestro corazón que aún no han sido penetrados por la luz de Dios.
«Soy yo quien perdona, soy yo quien llama, soy yo quien perfecciona» (Palabra interior).
En nuestro camino de seguimiento de Cristo, nunca debemos olvidar que no fuimos nosotros quienes lo elegimos, sino que Él nos llamó (cf. Jn 15,16). Esto no solo se aplica a las vocaciones sacerdotales y religiosas, sino a cada persona en particular, como resuena en la maravillosa declaración del Señor a través del profeta Isaías: «Te he llamado por tu nombre. Tú eres mío» (Is 43,1).
Las meditaciones de esta semana nos conducen paso a paso hacia el tema de la contemplación.
En nuestra Santa Iglesia contamos con una rica tradición mística en la que se describe el profundo encuentro entre Dios y el alma, y se nos invita a emprender un camino tal. Conocemos órdenes religiosas que se dedican por completo a la oración contemplativa y que, de este modo, presentan ante Dios todas las preocupaciones e intenciones de la Iglesia y del mundo. Se retiran totalmente del mundo y permiten que la llama del amor divino arda en su corazón.
Ciertamente, se trata de una vocación especial que no está destinada a cada persona. Sin embargo, el camino interior, que es el que recorren, por ejemplo, las carmelitas contemplativas, encierra aspectos esenciales para todos aquellos que desean profundizar en su fe. Del mismo modo que en el mundo se aprende de los que son expertos en un campo determinado, a nivel espiritual podemos aprender de aquellos que han cultivado intensamente la vida interior.