“DIOS PUEDE VALERSE INCLUSO DEL PECADO”

«Hijo mío, incluso el pecado puede convertirse en un peldaño que nos acerca a Dios, que nos eleva, que nos conduce aún con más seguridad hacia Él, siempre y cuando al pecado le siga el profundo dolor de haberlo cometido, cuando nos proponemos sinceramente no repetirlo, cuando sentimos lo mal que hemos actuado contra la misericordia de Dios, cuando éste es capaz de desgarrar las fibras más duras de nuestro corazón, haciendo brotar de ellas lágrimas de arrepentimiento y de amor» (San Pío de Pietrelcina).

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Memorias del Paraíso

Sb 8,1-6

Lectura correspondiente a la memoria de Santa Hildegarda de Bingen

La sabiduría se propaga decidida de uno al otro confín y gobierna todo con acierto. Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me empeñé en hacerla mi esposa, enamorado de su belleza. Su intimidad con Dios ennoblece su linaje, pues el dueño de todo la ama. Está iniciada en el conocimiento de Dios y es la que elige sus obras. Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿qué cosa más rica que la sabiduría, que todo lo hace? Si la inteligencia trabaja, ¿quién sino la sabiduría es el artífice de cuanto existe? leer más

“SERENIDAD ANTE LA DEBILIDAD”    

«El caballo deja su estiércol en el establo y, aunque sea sucio y hediondo, él mismo lo lleva con gran esfuerzo al campo, del cual brota entonces un buen trigo y un vino noble y dulce, que nunca crecerían si no fuera por el estiércol. Así pues, lleva con esfuerzo y diligencia tu estiércol —es decir, aquellas debilidades que no puedes descartar, desechar ni superar— al campo de la amorosa voluntad de Dios con actitud serena. Sin duda, crecerá de él un fruto delicioso y sabroso en una humilde serenidad» (Juan Taulero).

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Seguir la voz del Señor

Jn 17,6a.11b-19

Lectura correspondiente a la memoria de San Cornelio y Cipriano

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo: “Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.” leer más

LA MAYOR SEGURIDAD

«La mayor seguridad que podemos tener en esta vida consiste en la entrega pura e irrevocable de todo nuestro ser a las manos de Dios, así como en la decisión inquebrantable de no cometer nunca, bajo ningún concepto, ningún pecado, ya sea grande o pequeño. Nuestra seguridad no depende de si sentimos o no el amor de Dios. La gran seguridad solo radica en lo anteriormente dicho» (Carta de san Francisco de Sales a santa Juana de Chantal).

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La Madre Dolorosa

Jn 19,25-27

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: “Mujer, aquí tienes a tu hijo.” Después le dice al discípulo: “Aquí tienes a tu madre.” Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.

En el Calvario en Jerusalén, junto al mismísimo sitio donde Nuestro Señor murió por nosotros en la Cruz, hay una conmovedora imagen de la Madre Dolorosa. Una espada atraviesa su corazón y sus ojos tienen una expresión de profundo sufrimiento. Muy temprano en la mañana, los fieles y peregrinos que vienen a orar acuden muchas veces también a ella, para pedir su ayuda y su consuelo, o para agradecerle porque ella supo permanecer junto a su Hijo aun en la Cruz. Es difícil siquiera imaginar la inmensidad de su sufrimiento. Por ello, en la Santa Misa de este día resuenan en la secuencia antes del evangelio estos versos:

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El triunfo del amor

La Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que hoy celebramos, se remonta a un acontecimiento que tuvo lugar en el año 335. El 13 de septiembre de aquel año se consagró solemnemente una gran Iglesia en Jerusalén, tras muchos años de construcción. Se la conoce como la “Basílica del Santo Sepulcro” o “Iglesia de la Resurrección”. Fue el Emperador Constantino quien la mandó construir, después de que su madre, Santa Helena, hubo encontrado la Cruz de Cristo el 13 de septiembre del año 320.

Un día después de la consagración de la Iglesia –es decir, el 14 de septiembre del 335– la Santa Cruz fue mostrada por primera vez al pueblo y “exaltada” para su veneración. Macario I, quien era entonces el Patriarca de Jerusalén, llevó aquel día la “vera Cruz” (como se la llamaba) a una colina. Desde allí, “exaltó” la Cruz, para que todos pudieran verla y venerarla. De ahí el nombre de la Fiesta: “Exaltación de la Santa Cruz”.

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“NUESTRO PADRE REPARA LO QUE HEMOS FALLADO”

«Cuando confiesas sinceramente tus errores, tus omisiones y tus deficiencias, me haces feliz, como si me hubieras confiado un tesoro. Tan pronto como tu alma se abre, mi Espíritu toma posesión de ella, sin llamar la atención, pero victorioso. ¿Qué no podría yo reparar si me dejan actuar? Entonces me complazco en adornar tu alma según mi gusto» (Palabras de Jesús a la mística Louisa Jaques).

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Una casa indestructible

Lc 6,43-49

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: “No hay árbol bueno que dé fruto malo; y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno saca lo bueno del buen tesoro del corazón, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca. ¿Por qué me decís ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo? Voy a explicaros a quién se parece todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica. Se parece a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. El que oye y no pone en práctica, se parece a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente: la casa se desplomó al instante y su ruina fue estrepitosa.” leer más