Ascesis y combate espiritual

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Al esforzarnos por obtener la virtud de la fortaleza y estando dispuestos a dejarnos formar totalmente por Dios, estamos en buenas condiciones para que la conversión existencial desemboque en un concreto e intenso camino de seguimiento de Cristo. Normalmente el camino a recorrer es extenso, al menos si Dios ha dispuesto que nuestra vida concluya con un fin natural. Por eso, meditaremos también sobre otras virtudes y frutos del Espíritu, para que todo aquello que Dios nos ofrece como constante ayuda en el camino, lo integremos en nuestro seguimiento del Señor.

En el tema que hoy vamos a meditar, debemos tener bien presente que todo lo que Dios hace, lo hace movido por el amor que nos tiene, y que Él pide especialmente nuestra confianza, para que tengamos la certeza de que Él nos sostiene a toda hora y en todo lugar, más que nunca en los momentos de combate, y aún más cuando éste se está poniendo particularmente intenso.

Aquí hemos tocado una dimensión importante para nuestro camino espiritual. Resulta que tenemos tres enemigos, con quienes libramos un combate que no terminará hasta el final de nuestras vidas. Por un lado, están los ángeles caídos, que se convirtieron en demonios, y persiguen con envidia y odio a los hombres. En segundo lugar, está el mundo en que vivimos, con su hostilidad frente a Dios. Y finalmente, nuestra naturaleza caída, la “carne”, manchada con el pecado original.

Es posible que, con la ayuda de Dios y con el paso del tiempo, logremos combatir cada vez mejor y consigamos algunas victorias. Pero nunca podemos sentirnos demasiado seguros y confiarnos imprudentemente de nuestras propias fuerzas. ¡El enemigo no duerme! “Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1Pe 5,8). El mundo, en su alejamiento de Dios, no cesa de seducirnos y transmitirnos valores que corresponden a nuestra naturaleza humana caída, y de nosotros mismos proceden las tentaciones contra toda forma de vida en santidad…

Para este combate tenemos que estar armados, y debemos estar conscientes de las tentaciones, para poder enfrentarnos adecuadamente a ellas. ¡Es por eso que la vigilancia es una actitud fundamental en la vida espiritual! Esta vigilancia va en dos sentidos: por un lado, hacia Dios, para que estemos atentos a lo que Él quiere decirnos, a cómo quiere guiarnos; por otro lado, vigilancia hacia el enemigo, para darnos cuenta de qué forma pretende tentarnos para apartarnos del camino de Dios.

Por supuesto que la más grande debe ser la vigilancia hacia Dios. En cuanto a las farsas y engaños del enemigo, hemos de ocuparnos con ellos sólo en la medida en que sea necesario. Al Maligno no debemos darle demasiada atención, ni dejarnos fascinar, de una u otra forma, por el mal y lo perverso… También hay que distanciarse del excesivo entretenimiento en cosas y contenidos inútiles, porque roban nuestra atención y no nos permiten estar prestos para el combate.

Un elemento que hace parte de la armadura básica en el combate que nos ha sido encomendado, es una adecuada ascesis. La palabra “ascesis” significa combate, esfuerzo, entrenamiento…

Resulta que, a consecuencia del pecado original, perdimos en gran parte el dominio sobre nosotros mismos. El orden originario era que Dios nos dirigía, el entendimiento iluminado reconocía lo que Dios quería decirle, y la voluntad ejecutaba las órdenes del entendimiento, mientras que todas las pasiones y emociones estaban al servicio de esta ejecución.

Aquí fue donde entró el desorden: la desobediencia de Adán y su consecuente rebelión contra los mandatos de Dios, provocó que nuestro entendimiento se oscureciera y la voluntad se debilitara, mientras que las pasiones quieren dominar y debilitar así al hombre, o incluso llevarlo al pecado.

Fijémonos, en primera instancia, en las tentaciones de los sentidos, contra las que hemos de luchar. La que más sobresale y la más difundida es la tentación de no manejar la sexualidad conforme al plan de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Se trata de una pasión fuerte, y no son pocos los que se encuentran constantemente bajo su dominante influjo. En este sentido, los pecados de la carne son incontables…

Es cierto que los pecados contra la castidad suelen ser más bien de debilidad y normalmente no se relacionan de forma directa con la voluntad, como sí sucede con la soberbia, que endurece más el corazón. Sin embargo, no se puede dejar de considerar cuán desastrosas son las consecuencias de la sexualidad desordenada. El instinto sexual es un gran don, y, a través de la paternidad, Dios permite al hombre colaborar en la Creación. Por eso, no es de sorprender que precisamente en una dimensión tan vital, la tentación se apodere del hombre y quiera esclavizarlo.

Ahora bien, la ascesis nos educa de diversas formas para no sucumbir en las tentaciones. Por una parte, ella se esfuerza positivamente por la castidad y trata de comprender su belleza, para que el alma se sienta atraída por ella. En este sentido, también puede ser de gran provecho leer acerca de la castidad… Al mismo tiempo, se rechaza todo aquello que pudiese afectar a la castidad, todo lo que nos induce al campo de la impureza. Hoy en día, hay que estar aún más atentos en este combate, porque, a través del acceso a los medios de comunicación, la impureza está presente en todas partes, incitando nuestra concupiscencia.

Pero a menudo no es suficiente con enfocarse solamente en la lucha por la castidad, sino que conviene esforzarse en general por la virtud de la templanza. En ningún campo de nuestra sensualidad deberíamos simplemente dejarnos llevar, porque no podemos permitir que nuestros sentidos tengan el dominio sobre nosotros. Precisamente esto es lo que queremos conseguir, con la ayuda de Dios, en la escuela de la ascesis: recuperar el dominio sobre nuestra apetencia, y así llegar a ser, por así decir, “señores en la propia casa”.

Por eso, es conveniente que integremos la lucha por la castidad en la lucha general por refrenar nuestra sensualidad. De esta forma, será más fácil llegar a la castidad. Pero no nos detendremos ahora en este punto, sino que, en la meditación de mañana, lo veremos más a profundidad…