RECOMPENSA DIVINA

“Servimos a un rey grande y excelso, que paga a sus siervos no con recompensa regia o imperial, sino divina” (San Arnoldo Janssen).

Los reyes y emperadores sólo pueden pagar nuestros servicios con recompensas mundanas, con cosas de las que ellos pueden disponer, pero que son pasajeras. Lo que pueden ofrecernos es sólo una participación en su poder terrenal o en su honor. Dios, en cambio, paga cada uno de nuestros servicios con recompensa divina, haciéndonos partícipes de su inmortalidad, de su ser imperecedero.

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