¿UNA VIDA EN LA JAULA DE LOS LEONES O EL CAMINO AL DESIERTO?

PARTE I

Prólogo

Este escrito se dirige en primera instancia a aquellos fieles que, en la situación eclesiástica actual, reconocen graves desviaciones respecto al camino precedente de la Iglesia y sufrieron bajo el Pontificado de Francisco. Tiene como objetivo ayudarles a discernir el nuevo Pontificado de León XIV. También se dirige a los fieles que buscan orientación y se han vuelto inseguros porque perciben contradicciones entre lo que la Iglesia ha enseñado siempre y lo que ahora emana de una gran parte de la jerarquía.

Asombrosamente, muchos católicos de tendencia tradicional, que en su momento rechazaron por convicción el rumbo emprendido por Francisco, ahora depositan sus esperanzas en León XIV. Tal vez el presente escrito pueda ayudarles a no descuidar el espíritu de discernimiento y a no renunciar a la crítica distancia que habían mantenido en los últimos años, reemplazándola por una visión ilusoria del nuevo Pontificado.

Introducción

La Iglesia católica se encuentra en una crisis grave y existencial. Está a punto de renunciar a la misión que le encomendó el Señor Resucitado o de transformarla en algo distinto, sumiéndose así en la insignificancia.

El filósofo y autor Dietrich von Hildebrand, a quien el papa Pío XII llamó «el doctor de la Iglesia del siglo XX», describió en 1973, en su libro El viñedo devastado, cómo el enemigo se hallaba dentro de la Iglesia. Lo denomina la «quinta columna», conformada por sacerdotes, teólogos y obispos que han perdido su fe, pero que, a pesar de ello, permanecen en la Iglesia y en su cargo.

Según Hildebrand, estos enemigos internos de la Iglesia tienen dos objetivos. El primero es socavar la Iglesia desde dentro y destruirla bajo el pretexto del progreso y la reforma. En este caso, incluso se puede apreciar un odio hacia la Iglesia. Su segundo objetivo es convertirla en una organización humanitaria. Para ello, es preciso secularizar y desacralizar. Con el fin de llevar a cabo esta transformación, nuevamente recurren a los conceptos de reforma, progreso y adaptación al hombre moderno. Los protagonistas han caído en un grave engaño. No quieren exterminar a la Iglesia, pero consideran que debe adaptarse más al mundo y modernizarse para poder cumplir su tarea.

Aunque los motivos puedan ser ligeramente distintos en cada caso, tienen una meta común. La Iglesia debe ser despojada de su carácter sobrenatural y, con ello, privada de la misión que le encomendó el mismo Señor (Mt 28, 19-20).

¿Se ha consumado ya la obra de la destrucción?

En gran medida, sí. Bajo la influencia del modernismo, que repercute tanto en la doctrina como en la enseñanza moral, la Iglesia se ha enfermado espiritualmente. Es más, puesto que no ha superado esta enfermedad, los poderes anticristianos y demoníacos adquieren cada vez más influencia sobre ella.

Si recurrimos a la terminología del filósofo Hildebrand, podríamos decir que la «quinta columna» logró ascender hasta la cima de la jerarquía eclesiástica cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio tomó posesión del ministerio petrino.

Las devastadoras consecuencias de su Pontificado resultan evidentes. No son pocos los fieles que apenas reconocen ya a su Iglesia. Echan de menos la claridad de la doctrina. Rara vez escuchan sermones que sacudan a las personas, llamándolas a la conversión y a la santificación. Se enfrentan a una mentalidad fuertemente horizontal y a una jerarquía eclesiástica que a menudo aplica el inclusivismo en el ámbito religioso, en lugar de anunciar la salvación en Cristo a todos los hombres. Se hace hincapié en el amor al prójimo sin partir principalmente del amor a Dios, que nos hace capaces de amar de verdad al prójimo. En gran medida se ha perdido de vista la glorificación de Dios.

En mis publicaciones anteriores, describí algunas heridas graves que le fueron infligidas a la Iglesia durante el Pontificado anterior1.

Este camino erróneo, que bajo el liderazgo de Francisco experimentó una dinamización infernal, seguirá surtiendo su efecto destructivo después de su muerte, a menos que se corrija de raíz su rumbo.

Resulta sumamente inquietante y doloroso el hecho de que, por parte del episcopado, hubo muy poca resistencia al rumbo de Francisco (a excepción de la declaración Fiducia Supplicans, que fue rechazada por un número considerable de obispos). Es cierto que, en 2016, poco después de la publicación de Amoris Laetitia, cuatro cardenales escribieron las «Dubia», pero, al no recibir respuesta, también esta resistencia se disipó.

La elección de León XIV

Tras la muerte de Francisco, muchos católicos devotos pusieron sus esperanzas en su sucesor. Rezaron insistentemente para que fuera elegido un Papa de recta fe que volviera a encauzar la barca de la Iglesia.

El 8 de mayo de 2025, el Cónclave eligió al cardenal Robert Francis Prevost, quien escogió el nombre de León XIV.

Entretanto, han transcurrido más de setenta días desde su elección y, hasta el momento, no se puede reconocer ningún cambio de rumbo. León XIV ha dejado claro desde el principio que quiere continuar con el camino emprendido por Francisco2. No sólo no lo ha criticado en absoluto, sino que incluso lo ha elogiado una y otra vez3. Al igual que en el caso de Francisco, los confusos nombramientos de obispos y otros cargos eclesiásticos ponen de manifiesto el rumbo que quiere seguir4. Asimismo, el énfasis de León XIV en una «Iglesia sinodal» y su apoyo al «proceso sinodal» iniciado por Francisco5 apuntan claramente hacia una dirección determinada.

Es cierto que el estilo ha cambiado con el liderazgo de León. Parece más católico, más refinado y más reflexivo. Pero no hay que hacerse ilusiones, ya que hasta ahora no se ha producido ningún cambio sustancial que confirme la esperanza de muchos fieles. El rumbo de Francisco sigue adelante.

PARTE II

Una mirada en retrospectiva

Se puede decir que, tras el Concilio Vaticano II, un espíritu modernista se ha ido expandiendo cada vez más en la Iglesia. Algunos opinan que el problema radica en el Concilio mismo. Otros hablan del llamado «espíritu del Concilio», que se utilizó como pretexto para todo tipo de innovaciones y pretensiones. Por mi parte, me gustaría hablar de un «espíritu distinto» (cf. 2 Co 11,4), que se hace patente allí donde se defienden cada vez más posturas contrarias a la doctrina de la Iglesia.

Los Papas del pasado ya habían advertido con contundencia sobre el modernismo y sus efectos destructivos. Querían proteger a los fieles de corrientes filosóficas que pudieran afectar a la fe de la Iglesia y resultarles peligrosas. Sin embargo, a largo plazo, todas estas advertencias y medidas no pudieron evitar la proliferación del veneno del modernismo. Bajo el pretexto de la deseada renovación de la Iglesia —como describió Dietrich von Hildebrand—, se empezó a adoptar cada vez más el espíritu del mundo, lo que agravó la crisis de la fe. Se pusieron en duda las convicciones básicas de los católicos y la enseñanza moral se tambaleó.

Tras el Concilio Vaticano II, muchos sacerdotes y religiosos renunciaron a su vocación. Se quería dejar atrás un pasado que se percibía como estrecho y aislado del mundo. Una muestra visible de ello puede encontrarse en el hecho de que algunas religiosas comenzaron a vestirse de forma mundana y no pocos sacerdotes consideraron que la sotana ya no era apropiada para el nuevo rumbo emprendido con el Concilio. ¡Qué falta de comprensión de lo que es una vocación religiosa!

Asimismo, se fue perdiendo paulatinamente la convicción de que todos los hombres, sin excepción, están llamados a seguir a Jesucristo y a entrar en el seno de la Iglesia Católica. En su lugar, se abrió paso a un pluralismo religioso que, posteriormente, en el Pontificado de Francisco, dio lugar a la errónea «Declaración de Abu Dabi»6.

El rito de la Santa Misa fue modificado por el papa Pablo VI para adaptarlo más al pensamiento protestante y hacerlo más comprensible para los fieles. Con optimismo se esperaba una nueva primavera para la Iglesia, y algunos creían que ésta había despuntado con el Concilio Vaticano II. ¡Pero no fue así!

Aunque es cierto que tras el Concilio Vaticano II se fundaron nuevas comunidades y movimientos dedicados con fervor a diversas formas de evangelización, a menudo se percibía en ellos una carencia en la doctrina tradicional y una falta de arraigo en el seguimiento de Cristo tal y como se había enseñado y vivido a lo largo de los siglos. Esto llevó a una adaptación cada vez mayor al «espíritu del Concilio», que alcanzó su punto culminante (al menos hasta ahora) en el Pontificado de Francisco. Por tanto, estas nuevas comunidades apenas mostraron una resistencia decidida contra las desviaciones de la jerarquía eclesiástica.

Pero tampoco las comunidades monásticas se libraron del influjo de ese «espíritu distinto». Dado que en su gran mayoría adoptaron el Novus Ordo Missae, perdieron en parte la profunda identidad que el rito tradicional había conferido a los fieles, y especialmente a los religiosos, durante tantos siglos. Lo mismo se aplica a los sacerdotes y las parroquias. Puesto que la Iglesia se debilitó en un punto tan crucial, también se vio menoscabada su fuerza espiritual para defenderse de ese «espíritu distinto». La vida ascética se redujo considerablemente. Los preceptos relacionados con el ayuno se suprimieron casi por completo. En casi todos los ámbitos se hicieron concesiones, de manera que el seguimiento de Cristo dejó de suponer un desafío para los fieles y, en este sentido, se adaptó a las costumbres del mundo.

En lugar de predicaciones con autoridad, exhortando a la conversión y a la santificación, se escuchaban cada vez más sermones que armonizaban con lo políticamente correcto y que invitaban a las personas a la comunión de la Iglesia aun sin haber ordenado sus vidas según los mandamientos de Dios y las exigencias del Evangelio. Apenas se hablaba sobre las realidades últimas del hombre, las así llamadas “postrimerías”.

Prácticamente se pretendía renovarlo todo en función del “espíritu del Concilio”. Pareciera que, bajo el dominio de ese “espíritu distinto”, se hubiera infiltrado en la Santa Iglesia Católica una “Iglesia distinta”, que terminó tomando el control, falsificando e imitando a la verdadera Iglesia.

El “espíritu distinto”

Esta lista podría alargarse mucho más. A la luz del discernimiento de los espíritus, hay que reconocer que, en efecto, existe un «espíritu distinto» en acción para despojar a la Iglesia de su belleza espiritual bajo el pretexto de la renovación, revistiéndola con una especie de «culto a las realidades terrenales» y haciéndola así dócil a su ulterior influencia. No es difícil constatar quién es este espíritu. Sin duda, se trata de Lucifer, que se ha infiltrado hasta en los más altos cargos de la Iglesia. Si pasamos por alto esta dimensión al reflexionar sobre la crisis de la Iglesia y nos limitamos a describir sus devastadoras consecuencias, no recurriremos a las armas espirituales adecuadas para resistir a la fuerza espiritual que está detrás de todo esto y que fomenta la creciente apostasía.

Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, la fe católica fue preservada en la jerarquía eclesiástica. Por eso, ese espíritu tenía que actuar más en lo escondido, aunque ya se lo podía identificar en los actos de desobediencia y en las desviaciones doctrinales y morales, que lamentablemente no fueron combatidas con la suficiente determinación por los jerarcas que tenían el deber de corregirlas. Dietrich von Hildebrand se lamenta de la letargia de los guardianes de la fe y escribe: «Pienso en los obispos que, cuando se trata de proceder contra teólogos o párrocos heréticos o contra una deformación blasfema del culto, no hacen uso alguno de su autoridad»7.

Sin embargo, gracias a los Papas que permanecieron fieles a la doctrina, era como si ese «espíritu distinto» estuviera encerrado como el «genio en la botella». Esta realidad cambió con la elección de Jorge Mario Bergoglio en 2013. Siguiendo con la comparación del cuento mencionado, fue como si se hubiera descorchado la botella, de manera que ese espíritu pudo salir y actuar casi sin obstáculos, infiltrándose en el cargo más alto de la Iglesia Católica: el papado.

Tras un largo período de observación del Pontificado de Francisco y gracias al discernimiento de los espíritus, llegué a la conclusión de que en él se hacía eficaz un falso profetismo. Guiado e influenciado por ese «espíritu distinto», el predecesor de León XIV precipitó a la Iglesia en el caos. Para ello contó con el apoyo de ciertos grupos de la jerarquía que ya llevaban tiempo trabajando para edificar una «Iglesia distinta». Él mismo se creó un entorno favorable a sus objetivos, de modo que apenas hubo resistencia significativa al rumbo descarrilado por el que condujo a la Iglesia. El apoyo pasivo de muchos pastores, mediante un silencio doloroso y a menudo incomprensible, dio lo que faltaba para devastar la viña del Señor.

¿Continuará León XIV con el falso profetismo?

¿Será que, al ser elegido, el cardenal Prevost era consciente de que el pontificado de Francisco había emprendido una dirección equivocada y debía corregirse de raíz? ¿O será capaz de reconocerlo aún con la gracia de su ministerio? ¿Estaría dispuesto a realizar un cambio de rumbo radical, aunque eso significase una especie de martirio y tuviera que huir al desierto, dada la situación casi fuera de control de la Iglesia?

Hay que tener en cuenta que, hasta la muerte de Francisco, el cardenal Prevost fue uno de sus estrechos colaboradores. Evidentemente, apoya plenamente la dirección de su predecesor y quiere continuarla.

Como mencionamos anteriormente, parece reflejar una mayor catolicidad, tener modales más agradables y hacer más referencia al Evangelio. Pero esto es lo mínimo que se puede esperar de alguien que ocupa el cargo de Papa. Ahora bien, este cambio positivo ha suscitado en algunos fieles la esperanza de que será León XIV quien cambie el rumbo. No obstante, el criterio decisivo es si la barca de la Iglesia vuelve al curso del que se ha desviado y corrige los errores, o si, por el contrario, sigue precipitándose en la apostasía al continuar por el camino emprendido por Francisco. Si se da este último caso, incluso la apariencia más católica del nuevo Pontífice podría ser aprovechada por el «espíritu distinto» para engañar a los fieles.

Si no se produce una rectificación clara, el «falso profetismo» continuará. Eso supondría un peligro aún mayor, pues entonces el rumbo erróneo de Francisco sería consolidado y reafirmado por su sucesor. De esta manera, el veneno de la falsa doctrina y práctica podría seguir propagándose sin impedimentos y ser promovido o tolerado tácitamente desde las más altas instancias.

Así pues, los católicos que no quieren seguir este rumbo se ven nuevamente confrontados a una decisión existencial, o más bien a una actualización de la decisión ya tomada: ¿se acoplarán sin más al nuevo Pontificado o se sustraerán de toda cooperación con aquella parte de la Iglesia que se hunde cada vez más en la apostasía?

La primera opción significaría instalarse en la «jaula del león» e intentar no ser devorado. A la larga, probablemente resulte muy difícil escapar del contagio del veneno hostil a la Iglesia y del alcance de quienes consideran que el nuevo rumbo de la Iglesia es válido y querido por Dios. La segunda opción implicaría retirarse al desierto con el Señor.

PARTE III

La Iglesia en el desierto

¿A qué se refiere este término? En primer lugar, hay que dejar muy claro que la «Iglesia en el desierto» responde a una situación de emergencia, pues la apostasía está proliferando a nivel institucional en la Iglesia Católica. En muchos sitios ya no es posible vivir la fe católica de forma auténtica, tal y como fue transmitida a lo largo del tiempo y como era lo más natural hace apenas un siglo.

La «Iglesia en el desierto» no es, de ningún modo, una nueva Iglesia ni una comunidad específica, sino que está conformada por aquellos fieles que no están dispuestos a seguir el rumbo erróneo de gran parte de la jerarquía ni a convertirse en sus cómplices. Simplemente quieren permanecer fieles al Señor y a la Iglesia. Esto implica que han reconocido claramente que aquella jerarquía que ya no sigue las instrucciones del Señor y que, por el contrario, promueve activa o pasivamente un camino erróneo, ha perdido su autoridad espiritual. Por lo tanto, tampoco se le puede prestar obediencia. Hacerlo sería contradictorio y terminaría involucrando a los fieles en el camino equivocado. Debe quedar totalmente claro que, en tal caso, «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). Esta convicción se tornará particularmente importante cuando la jerarquía actual pretenda recurrir a la obediencia para forzar a los fieles a adherirse a un camino equivocado.

Refugios personales

Ya hay un buen número de fieles que ha percibido los extravíos de la jerarquía y ha tomado diversas medidas para sustraerse. Se aferran a la fe católica tradicional, pero muchos de ellos se han retirado de la vida parroquial e incluso de sus comunidades u órdenes religiosas, debido a que estas no han reconocido la gravedad de los errores y, por tanto, no los han rechazado de forma decidida. Estos creyentes suelen estar buscando la posibilidad de participar en Santas Misas celebradas con dignidad. Muchas veces buscan específicamente la Misa tradicional. Algunos optan por ver transmisiones en vivo de la Santa Misa, lo que pone de manifiesto una gran necesidad.

Refugios dentro de las estructuras eclesiásticas

Es posible que aún existan ciertos refugios dentro de las estructuras eclesiásticas que no hayan sido afectados por el proceso sinodal que se pretende implementar en todas las parroquias. Puede que en algunos países esto sea más fácil que en otros. Sin embargo, probablemente sólo sea cuestión de tiempo hasta que esta posibilidad se restrinja por completo. Basta con pensar en los tiempos de persecución comunista, cuando apenas quedaban opciones de escape para los fieles. Sin embargo, tenían el gran consuelo de estar en unión con el Sumo Pontífice. Por el momento, no podemos reconfortarnos con esa certeza, y eso resulta doloroso para un católico. ¡Así que ahora el Señor debe ser nuestro único consuelo!

Si las persecuciones dentro de la Iglesia, que ya han comenzado, llegaran a intensificarse, se volvería muy difícil para los fieles católicos crear «oasis» vivos y seguros dentro de las estructuras eclesiásticas existentes. Nadie mejor que un católico sabe identificar el comportamiento, los lugares de reunión y las obras de otros católicos. Por tanto, si un católico ha caído bajo la influencia de ese «espíritu distinto» del que habíamos hablado, puede que incluso piense que está sirviendo a Dios al perseguir y denunciar a aquellos fieles que, en su opinión, son disidentes (cf. Jn 16,2).

Refugios fuera de las estructuras eclesiásticas actuales

Para ayudar a los fieles a preservar los tesoros de nuestra Santa Iglesia y ofrecer resistencia espiritual concreta contra aquellos poderes que quieren aprovecharse de ella para sus propios planes, deberían crearse «oasis» totalmente independientes de la estructura eclesiástica.

Convendría que fueran lugares un tanto escondidos. Estos «oasis» podrían servir como puntos de encuentro para otros fieles que, de otro modo, vivirían aislados su fe. Tales refugios podrían surgir tanto dentro como fuera de las ciudades.

Los fieles de la «Iglesia en el desierto» necesitan ser pastoreados por sacerdotes que, o bien hayan sido destituidos de su cargo por motivos de fe, o bien hayan decidido por convicción que no pueden seguir el rumbo erróneo emprendido a nivel oficial. Para ello se necesita valentía y, sobre todo, la firme convicción de que el Señor lo quiere en la situación de emergencia actual. Sería un servicio importante que los sacerdotes podrían prestar a los fieles para permitirles recibir los santos sacramentos y fortalecerlos de diversas maneras.

Además, sería una gracia que uno que otro obispo se diera cuenta de la gravedad de la situación y comprendiera cuánto puede servir a la Iglesia si la atiende en medio del desierto, negándose a ser cómplice de un camino equivocado. Los fieles estarían agradecidos, pues entonces se haría evidente que no se trata de un rechazo a la jerarquía eclesiástica en sí misma (que es un don de Dios), sino al abuso de autoridad que está sucediendo en detrimento de las almas. Sin duda, se trata de una decisión difícil. Pero pensemos, por ejemplo, en San Atanasio, que sufrió persecuciones y numerosos exilios por rechazar la herejía del arrianismo y por impedir su proliferación. Es un ejemplo de que hay que obedecer a Dios antes que a una autoridad religiosa que conduce a una dirección equivocada. El peligro de que la jerarquía eclesiástica y los fieles caigan cada vez más en la confusión bajo la influencia de un espíritu anticristiano es mucho mayor aún que en tiempos de San Atanasio.

Llegados a este punto, me gustaría hacer una mención especial al arzobispo Carlo Maria Viganò, cuya voz profética ha brindado consuelo y orientación a muchos fieles. Además, intenta apoyar a aquellos sacerdotes y religiosos que sufren persecución por causa de la fe y garantizar una buena formación sacerdotal basada en la recta doctrina.

Refugios existentes desde hace algún tiempo en el desierto

Existen grupos de fieles que se retiraron al desierto hace algún tiempo. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, la Fraternidad San Pío X, cuyo fundador, el arzobispo Marcel Lefebvre, concluyó que los cambios introducidos en la vida de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II no eran compatibles con la fe católica, por lo que tomó las medidas que consideró necesarias ante esa crisis.

También están aquellos grupos de fieles que, algunos desde hace varias décadas y otros recientemente, consideran vacante la sede de Pedro o dudan de la legitimidad de quien la ocupa. Algunos de ellos defienden que Pío XII fue el último Papa legítimo y que, desde entonces, la Sede de Pedro no ha estado válidamente ocupada. Otros sitúan ese momento más tarde y consideran a Benedicto XVI como el último Papa válido. Sólo menciono estos grupos por motivos de exhaustividad, aunque no los conozco personalmente, sino sólo por lo que he leído sobre ellos.

Balta-Lelija y el Anticristo

Para preservar y practicar la fe católica sin adulteraciones, no sólo se trata de sustraerse del alcance de aquellas autoridades que, en su mayoría, han caído ellas mismas víctimas de un engaño, aunque ese distanciamento sea legítimo e importante. Pero la constatación del peligroso extravío de la jerarquía actual, debe suscitar una resistencia espiritual, porque la Iglesia pertenece al Señor. Además, no podemos olvidar a tantos fieles que se ven arrastrados por estos engaños.

Las armas espirituales a las que debemos recurrir son: la oración, el camino de la santidad, los sacrificios en lo escondido, el anuncio claro de la Palabra de Dios, la defensa de la doctrina de la Iglesia sin falsas concesiones, la adhesión al tesoro de la Iglesia y, por último, pero no por ello menos importante, la celebración de la Santa Misa, sin banalizaciones ni desacralizaciones. De esta manera, la Iglesia podrá permanecer bajo la guía activa de Dios.

Todo parece indicar que se acerca un Anticristo —o incluso el último, que ha de manifestarse al Final de los Tiempos—, queriendo apoderarse del dominio mundial para pervertir el reinado de Cristo. Durante un tiempo determinado, Dios permitirá que ejerza el dominio, para lo cual recurrirá a todos los medios modernos con el objetivo de llegar a la mayor cantidad posible de personas. La Iglesia, liderada por un papa y obispos de recta fe, debería ser la primera en advertir, preparar y fortalecer al rebaño para defenderse de los lobos. Hasta hace no mucho tiempo, esa era la situación. Sin embargo, puesto que las cabezas de la Iglesia no están asumiendo este deber, sino que incluso se percibe una cooperación con los poderes anticristianos, el «pequeño rebaño», fortalecido por su Señor, tendrá que asumir la responsabilidad.

¡Que muchos fieles reconozcan que, de una u otra forma, el camino hacia el desierto es el apropiado en estos tiempos de emergencia! ¡Que el Señor les conceda la fuerza para preferir sufrir persecución y rechazo antes que cooperar con rumbos equivocados y negar al Señor de algún modo!

Hno. Elías

CONTACTO: ecclesiaindeserto@elijamission.net

1 https://es.elijamission.net/wp-content/uploads/2025/03/LAS-CINCO-HERIDAS-DE-LA-IGLESIA.pdf

2 En su discurso al colegio cardenalicio el 10 de mayo de 2025, apenas dos días después de la elección, León XIV afirmó: “Quisiera que renováramos juntos, hoy, nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente su contenido” (https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250510-collegio-cardinalizio.html).

3 En 18 de mayo de 2025, tras la Santa Misa de su toma de posesión del ministerio petrino, León XIV aseguró: “Durante la Misa sentí fuertemente la presencia espiritual del Papa Francisco, que desde el cielo nos acompaña” (https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/angelus/2025/documents/20250518-regina-caeli.html).

4 -El 22 de mayo de 2025, León nombró a la religiosa Tiziana Merletti como Secretaria del Dicasterio para la Vida Consagrada (https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-05/sor-tiziana-merletti-nombrada-secretaria-del-dicasterio-para-la.html#:~:text=2023%20a%202025.-,Vatican%20News,Hermanas%20Franciscanas%20de%20los%20Pobres.). Merletti ha advertido en varias ocasiones de los «modelos arraigados», se ha pronunciado a favor de los «procesos sinodales» y, en una entrevista, ha declarado que quiere «romper el marco establecido».

-El 23 de mayo, confirmó al P. Beat Grögli como nuevo obispo de San Galo en Suiza. En una rueda de prensa tras su nombramiento, Grögli afirmó: «El sacerdocio femenino llegará». También ha expresado su apoyo a las «bendiciones» homosexuales y ha exigido que la Iglesia adapte su doctrina sobre el matrimonio, la moral sexual y la anticoncepción (https://infovaticana.com/2025/05/24/obispo-beat-grogli-sacerdocio-femenino/).

-El 27 de mayo, León XIV nombró a Monseñor Renzo Pegoraro como director de la Pontificia Academia para la Vida. Pegoraro ha declarado que la contracepción artificial, aunque sea intrínsecamente mala según la doctrina católica, podría permitirse en ciertos casos. «La letra de la ley» podría cambiarse «para profundizar en su significado y promover los valores en cuestión», afirmó. Además, Pegoraro defiende que, en ciertos casos, la eutanasia puede ser el mal menor (https://bigmodernism.substack.com/p/academy-for-death-pope-leo-appoints).

-El 19 de junio, Shane Mackinlav, partidario del diaconado femenino, fue nombrado Arzobispo de Brisbane en Australia (https://infovaticana.com/2025/06/19/shane-mackinlay-arzobispo-brisbane/).

5 En su discurso a las delegaciones ecuménicas e interreligiosas el 19 de mayo de 2025, León XIV declaró: “Consciente de que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, deseo asegurar mi intención de proseguir el compromiso del Papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia Católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico” (https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/speeches/2025/may/documents/20250519-altre-religioni.html).

6 El 4 de febrero de 2019, el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmed Al-Tayyeb firmaron conjuntamente en Abu Dabi la “Declaración sobre la Fraternidad Humana”, en la que se afirma que “el pluralismo y la diversidad de religión (…) son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.” (https://www.vatican.va/content/francesco/es/travels/2019/outside/documents/papa-francesco_20190204_documento-fratellanza-umana.html).

7 Von Hildebrand, D. (1973). Der verwüstete Weinberg [El viñedo devastado]. (Feldkirch: LINS-Verlag, 1973), 17. Traducido por Mirjana Gerstner.