La situación de emergencia en la Iglesia hace que sea necesario para los fieles buscar formas de vivir su fe católica sin restricciones ni recortes. Quien haya reconocido que el Papa Francisco y aquellos que lo apoyan –ya sea activamente o tolerándolo tácitamente, sin ofrecerle pública resistencia– sirven a un espíritu hostil a Dios, ya no podrá prestarles obediencia. Resulta evidente que el Pontífice quiere valerse de la estructura de autoridad existente para imponer su agenda, que induce a error. Así, ha comenzado ya a hacer a un lado a aquellos que se le oponen.
Si miramos las cosas desde la perspectiva de la verdad, no son los excuidos quienes abandonan la unidad de la Iglesia; sino los que se oponen a la guía divina, aunque sean ellos quienes dispongan de los medios externos de poder y ocupen altos cargos.
La verdadera Iglesia no puede aliarse con el espíritu de la mentira y del engaño. En consecuencia, no cooperarará con aquellos que trabajan para destruir a la Iglesia o pretenden transformarla en una entidad distinta.
Así, el Señor la conducirá al “desierto espiritual”, donde podrá permanecer fiel a la fe auténtica y recurrirá a las armas espirituales para defenderse de la enajenación de la Iglesia Católica.
Se trata, pues, de una grave situación de emergencia. En estas circunstancias, no es una nueva comunidad ni mucho menos una nueva rama de la Iglesia la que se forma. No, es la Iglesia de todos los tiempos, es el “pequeño rebaño” que se sustrae del control de aquellos que quieren destruirla y se retira al desierto para servir fielmente a su Señor. ¡Es la Iglesia en el desierto!
En el desierto hay oasis, donde los fieles pueden reunirse para recibir la sana doctrina y los santos sacramentos con dignidad. Esto puede suceder en las así llamadas “casas eucarísticas”, como en los tiempos de los cristeros en México; en lugares escondidos, en iglesias y capillas privadas; en fin, dondequiera que el Señor quiera reunir a los suyos para alimentarlos en sus verdes praderas.
Aquellos sacerdotes –y esperemos que también obispos– que estén conscientes del alcance de esta trágica situación de emergencia y respondan de forma adecuada a ella, servirán a los fieles en secreto y apoyarán así con su ministerio al “pequeño rebaño”, hasta que se reestablezca una jerarquía eclesiástica de recta fe, que se deshaga de todos los errores e influencias negativas que suscitaron las anomalías.
El desierto también puede hacerse presente dentro de la estructura existente, allí donde todavía queden ciertas libertades por un tiempo y uno no se vea obligado a cooperar y transigir con una jerarquía que se ha alejado de la fe.
Sólo el Señor sabe cuánto tiempo tendrán que perseverar los fieles en este desierto. Pero Él los acompañará de manera especial en la tribulación. Sin duda, será un tiempo de sufrimiento, porque las persecuciones por parte del Estado, apoyado por un gobierno eclesiástico infiel aliado a él, aumentarán cada vez más bajo la influencia del espíritu anticristiano.
Pero también será un tiempo muy fructífero para los fieles, en el que su fe será purificada y fortalecida.
Debido a la progresiva apostasía de la actual “Iglesia oficial”, ya ha surgido en diversos lugares del mundo la “Iglesia en el desierto”. Su lazo común es la fidelidad al Señor y a su Evangelio, así como al auténtico Magisterio de la Iglesia. Sin duda alguna, están bajo la protección maternal de la Santísima Virgen María.
La visión del capítulo 12 del Apocalipsis puede ser una prefiguración del camino de la Iglesia fiel en el desierto:
“El dragón se puso delante de la mujer, que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. Y dio a luz un hijo varón, el que va a regir a todas las naciones con cetro de hierro. Pero su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Entonces la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios, para que allí la alimenten durante mil doscientos sesenta días” (Ap 12,4b-6).