Redacto el presente escrito en la Semana Santa, que año tras año nos recuerda cómo el Redentor de la humanidad llevó a culmen su obra. Todos los que creen en Jesús se conectan espiritualmente a los acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén. Siempre es doloroso ver todo el sufrimiento que nosotros, los hombres, le causamos al Hijo de Dios, y sigue siendo incomprensible que Jesús haya soportado todo aquello por amor a su Padre y a nosotros. Pero al final de esta Semana Santa vislumbramos el inicio de un nuevo tiempo: Jesús resucita y se nos adelanta para prepararnos las moradas en la eternidad (Jn 14,2-3).
Jesús consumó su obra en el mundo. Ahora le corresponde a la Iglesia llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra y anunciar la salvación en Cristo. Ésta fue la misión que el Resucitado encomendó a los discípulos antes de ascender a los cielos (Mt 28,18).
Si ahora observamos el tiempo en que vivimos y dirigimos nuestra mirada a la situación actual en la Iglesia, parecería que algunos círculos dentro de Ella –que lamentablemente llegan hasta la más alta jerarquía– ya no se sienten comprometidos con esta misión, tal y como Jesús se la encomendó originariamente a su Iglesia.
El 4 de abril de 2022, Monseñor Bruno Forte, arzobispo de la Diócesis de Chieti-Vasto en Italia, impartió una conferencia en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino (“Angelicum”) en Roma sobre la perspectiva de la Iglesia Católica en relación con el judaísmo y su reivindicación de la posesión de Tierra Santa.
Entre otras cosas, Monseñor Forte sugirió que, para promover las relaciones judeo-cristianas, “purificadas de toda forma de antisemitismo”, los cristianos deberían dejar de afirmar y predicar que la fe en Cristo es necesaria para la salvación también de los judíos[1].
El arzobispo Forte se hizo eco de una declaración publicada por judíos en 2016 (“Entre Jerusalén y Roma”), citando el siguiente pasaje de dicho documento: “Hacemos un llamamiento a todas las confesiones cristianas para que, si aún no lo han hecho, sigan el ejemplo de la Iglesia Católica y eliminen el antisemitismo de su liturgia y sus enseñanzas, pongan fin a la misión activa hacia los judíos y trabajen de la mano con nosotros, el pueblo judío, para alcanzar un mundo mejor.”
En un primer momento, uno podría considerar que se trata sólo de una declaración aislada de un obispo cuyos pensamientos se han desviado, y simplemente ignorarla. Sin embargo, este enunciado no surge de la nada; sino que tiene un trasfondo. No cabe duda de que está respaldada por el Supremo Pontífice, quien repetidamente se ha pronunciado de forma negativa sobre el intento de convertir a la fe cristiana a los miembros de otras religiones[2].
Ciertamente es correcto que la misión con los judíos requiere una particular sensibilidad. Se puede pedir al Espíritu Santo que Él muestre la mejor manera de anunciarles al Señor. Pero es impensable renunciar a la misión hacia el Pueblo de Israel, el “primer amor del Señor”. A nivel objetivo, esto representa una grave traición, y muestra hasta qué punto se puede extraviar el diálogo interreligioso cuando ya no tiene como objetivo llevar a las personas al Salvador.
Además, estas declaraciones fueron hechas en público por el Arzobispo Forte, como un alto representante de la Iglesia Católica. En ese sentido, prácticamente su discurso será considerado como la postura oficial de la Iglesia, de modo que induce a error a los fieles.
A nivel objetivo, lamentablemente hay que hablar de una grave traición:
- Traición a Dios Padre, que envió a su Hijo para redimir al mundo (Jn 3,16). No hay otro camino de salvación que aquel que Dios eligió para el hombre (Jn 14,6). Quien niegue esta verdad, adultera la enseñanza bíblica y la doctrina católica.
- Traición a Jesús, el Salvador, que vino por “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24), y luego envió a sus discípulos al mundo entero para anunciar el Evangelio (Mt 28,18-20).
- Traición al Espíritu Santo, quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26) y es el gran evangelizador.
- Traición a la misión de la Iglesia, que le fue encomendada por Dios y a la cual jamás puede renunciar.
- Traición al pueblo judío mismo, que lleva tanto tiempo esperando al Mesías. Un decreto eclesiástico de ya no anunciar el Evangelio a los judíos significaría privarles de la salvación que Dios ha preparado para todos los hombres.
- Traición a la humanidad entera, para la cual la conversión del pueblo judío sería una gran señal y un fuerte testimonio.
Sería demasiado extenso citar los incontables pasajes de la Escritura que demuestran que el Señor de ningún modo excluyó al pueblo judío de su anuncio. ¡Todo lo contrario! También la Iglesia tuvo siempre en vista la evangelización de los judíos, y la idea de que para ellos hay otro camino de salvación sin necesariamente aceptar a Cristo, no puede basarse ni en la Sagrada Escritura ni en la doctrina de la Iglesia. ¡Es simplemente un grave error!
La traición a Jesús –el Mesías del mundo– continúa hoy incluso en la Iglesia y parece dirigirse a un punto culminante. Es evidente que un “espíritu distinto” está ejerciendo notable influencia en el Vaticano, como se refleja claramente en las mencionadas declaraciones del Arzobispo Bruno Forte.
La traición al mandato misionero de Jesús, cometida en este caso por Monseñor Forte en este “otro espíritu”, se alínea en una serie de errores previos. Este mismo espíritu puede percibirse en ciertos pasajes de la encíclica Amoris Laetitia y se manifiesta claramente en la Declaración de Abu Dabi, que distorsiona la relación de entre la verdadera fe y las otras religiones. Con toda claridad se evidenció el actuar de este espíritu en el culto idolátrico a la Pachamama en los Jardines Vaticanos y en la Basílica de San Pedro. Si ahora añadimos las declaraciones del Arzobispo Forte, constataremos que aquí se está atacando el mismísimo Corazón del Señor: su amor por su pueblo Israel y por la humanidad.
No es nadie más y nadie menos que Lucifer, quien aquí se sirve de un arzobispo que está en error, para –de ser posible– asestar un golpe mortal a la misión al pueblo elegido. Él no descansará hasta que el cese de la evangelización se extienda también a los musulmanes y a los miembros de las otras religiones. Su objetivo será dar a entender que no hay absolluta necesidad de la salvación obrada por Jesucristo.
Por lo tanto, en este punto hay que resistir con un inequívoco: ¡Vade retro, Satana!
Los fieles están llamados a guardar fidelidad a la verdadera Esposa de Cristo y a rezar por aquellos que se han extraviado. Al mismo tiempo, es necesario apartarse consecuentemente del espíritu luciferino, que se sienta en el templo de Dios para cegar a los fieles y también al mundo, atándolos a sí mismo. Aquellos que no quieran permitir que su fe católica sea socavada y debilitada deben aferrarse a las Sagradas Escrituras y a la auténtica doctrina de la Iglesia, sin prestar oído a los que causan confusión. Esto cuenta incluso cuando la confusión proviene de la cabeza de la Iglesia y la más alta jerarquía.
[1] https://www.lifesitenews.com/news/italian-archbishop-contradicts-church-teaching-says-jews-dont-need-to-accept-christ-to-be-saved/
[2] https://infovaticana.com/2019/12/20/francisco-no-se-puede-decir-a-los-chicos-judios-o-musulmanes-que-se-conviertan/