Verdadera paz y verdadera libertad – Meditaciones sobre el Mensaje del Padre (Parte 35) 

«Nunca estaréis en la verdadera libertad ni en la verdadera felicidad, hasta que me reconozcáis como Padre.»

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¡Cuán grande es el anhelo de vivir en paz! Sin embargo, la paz en sí misma no basta; sino que debe ser una paz verdadera para que sea estable. Sin hacer de menos los serios esfuerzos por alcanzar la paz, hemos de saber que se trata de algo más, porque la verdadera paz procede exclusivamente de Dios, así como también todo lo demás que nos es dado a los hombres. Lo mismo sucede con la libertad. ¡Cuántos esfuerzos; cuántas guerras, revueltas e incluso rebeliones son libradas con el fin de alcanzar la libertad que se echaba de menos! Sin embargo, muchas veces hace falta lo decisivo, de lo cual habla el Padre Celestial en el siguiente pasaje de su “Mensaje”:

“Mientras el hombre no viva en la Verdad, difícilmente saboreará la verdadera libertad. Vosotros, hijos míos, que os encontráis fuera de la Ley para cuyo cumplimiento os he creado, creéis vivir en felicidad y en paz; pero en el fondo de vuestro corazón sentís que no reina en vosotros verdadera paz ni verdadera alegría, y que no estáis en la verdadera libertad de Aquel que os ha creado y que es vuestro Dios y vuestro Padre.”

¡Qué enunciado tan fundamental!

La verdadera paz y la verdadera libertad sólo pueden surgir estando en conformidad con la Ley del Señor. A partir de esta afirmación, queda clara la urgencia de anunciar el evangelio. Se trata, de hecho, de llevar a las personas a un encuentro con el amor de Dios, a partir del cual han de vivir conforme a Su Voluntad. Si esto no sucede, tarde o temprano se perderá la meta. Esto cuenta tanto para la vida personal como también para la vida de las naciones. Si no se vive en la verdad –es decir, según los preceptos del Señor–, estaremos fallando a la razón de nuestra existencia, y el resultado será carencia de libertad y paz. No podemos dejarnos engañar sobre esto, aun si veamos personas que aparentan ser felices y estar contentas, a pesar de no vivir en la Ley de Dios. Pero, ¿acaso conocemos su interior? Según las palabras que hoy escuchamos del Padre, es imposible que, en tales circunstancias, haya esa paz que solo Dios puede dar.

Nuestro Padre se dirige también a aquellos que, a pesar de conocer Su Ley, no la guardan:

“Pero vosotros, que os encontráis en la verdadera Ley, o, más bien, que prometisteis observar esta Ley que os di para aseguraros vuestra salvación: mirad que el vicio os ha seducido al mal. Por vuestra mala conducta os habéis apartado de la Ley. ¿Creéis que sois felices? No. Sentís que vuestro corazón está inquieto. ¿Creéis que, buscando vuestro placer y otros goces terrenales, vuestro corazón finalmente se sentirá satisfecho? No. Permitidme deciros que nunca estaréis en la verdadera libertad ni en la verdadera felicidad, hasta que me reconozcáis como Padre y os sometáis a mi yugo, para ser verdaderos hijos de Dios, vuestro Padre. ¿Por qué? Porque yo os he creado para un solo fin, que consiste en conocerme, amarme y servirme, como un niño sencillo y confiado sirve a su Padre.”

Es bueno tener presente cuán perdida está el alma cuando no se esfuerza por guardar los mandamientos de Dios: “Nunca estaréis en la verdadera libertad ni en la verdadera felicidad, hasta que me reconozcáis como Padre y os sometáis a mi yugo, para ser verdaderos hijos de Dios, vuestro Padre.”

Me dirijo a nosotros, como católicos: ¿Es que estamos realmente conscientes de esto, o nos hemos acostumbrado tanto a la falta de fe y al alejamiento de Dios, que ya lo consideramos casi como lo normal? ¿Ya no nos deja consternados el ver a tantas personas que viven su vida sin conocer la verdadera vida? ¡Evidentemente nuestro Padre Celestial no se acostumbra a esto! ¡Sólo Él conoce los tesoros que nos tiene preparados; sólo Él sabe la felicidad que recibe un alma al someterse a Su yugo!

¡Qué tragedia es no conocer el verdadero sentido de la existencia; qué oscuridad para nuestra alma si no puede orientarse hacia la luz del Señor y permanece atrapada en la prisión de las cosas pasajeras, corriendo así el riesgo de volverse indiferente y superficial!

En un tiempo de oscuridad y apostasía, se vuelve cada vez más urgente el anuncio del evangelio, con el mensaje del amor de nuestro Padre Celestial. No debemos dejarnos intimidar por la indiferencia o incluso hostilidad que nos rodean. Antes bien, con nuestra vida y palabras hemos de testificar la verdadera paz y libertad.