VERDADERA PAZ PARA JERUSALÉN

“Desead la paz a Jerusalén: ‘Vivan seguros los que te aman’” (Sal 121,6).

Con tan solo escuchar la palabra “Jerusalén”, amado Padre, el corazón de muchas personas empieza a latir deprisa y se enciende. Queremos amar todo lo que Tú amas y, por tanto, deseamos conocer más profundamente tu amor por Jerusalén.

El Antiguo Testamento está lleno de tus declaraciones y muestras de amor a la Ciudad Santa, que Tú mismo elegiste. ¡Inextinguible es tu amor! Jerusalén es la ciudad incomparable (cf. Lam 2,13), que fue testigo de tu obra de salvación por la humanidad.

Aunque a menudo tu Ciudad no correspondió a tu amor y tuviste que amonestarla para que se convirtiera, porque muchas veces actuaba como novia infiel; aunque tu propio Hijo fue clavado en la Cruz en Ella, Tú nunca desististe de tu amor por Jerusalén.

Hasta el día de hoy los hombres peregrinan a la Ciudad Santa. La mayoría vienen a visitar los lugares santos que Tú elegiste y santificaste para siempre por medio de tu Hijo.

Por tanto, amado Padre, queremos desear la paz a la Ciudad que tanto amas. Sólo tu paz la adornará con la plenitud de la belleza que has preparado para Ella. Sólo tu paz puede traer entre sus habitantes la reconciliación que perdura. Sólo tu paz puede sanar los corazones, sólo tu paz puede salvar del extravío, sólo tu paz puede unir lo que debe estar unido.

Pero, ¿cómo podrá llegar esta paz a Jerusalén?

¡En tu Hijo ya se la has dado! Él mismo es la paz que prometiste por medio suyo a los discípulos (Jn 14,27). Él es aquella paz que el mundo no puede dar. Él es la paz que es capaz de transformarlo todo.

Entonces, si queremos implorar la paz sobre Jerusalén, como el salmista nos invita a hacerlo, esto significa pedir que reconozca a Aquél que, llorando sobre Ella, exclamó: “¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!” (Lc 19,42).

¿De dónde le viene, entonces, la verdadera paz? Sólo de acoger a tu Hijo y reconocer la Redención que Él, enviado por ti, trajo al mundo.

Estos son tus planes de salvación, que no han cambiado y que deben cumplirse. Sólo al reconocer a tu Hijo, puede conocerse verdaderamente tu amor y recibirse la verdadera paz y la verdadera seguridad.