Sobre el Padre Nuestro

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Lc 11,1-4

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.”
Él les dijo: “Cuando oréis decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.’”

La oración de Nuestro Señor, que hoy se reza en todas partes del mundo donde hay presencia de cristianos, nos da un acceso único a Dios, y nos une como hijos de un mismo Padre.

Al invocar a Dios como Padre, se supera esa distancia frente a Él. ¡Dios nos invita a una relación de amor y confianza! Ya con la primera palabra, esta oración crea una comunión espiritual y familiar entre el hombre y Dios, y en los hombres entre sí. ¡Somos hijos de un mismo Padre!

No hacen falta muchas palabras; no es que tengamos que convencer a Dios de nuestras necesidades e intenciones; no tenemos que contárselas como si fueran novedad para Él… No es la cantidad de palabras; sino la familiaridad interior con Dios y la confianza que tengamos en nuestro Padre, las que nos permiten reconocer la puerta abierta del corazón de Dios.

¡Nuestro Padre sabe lo que necesitamos! ¡Cuánto consuelo y libertad nos traen estas palabras! Podemos superar toda tensión en nuestra vida; todas las temerosas preocupaciones por las cosas y por asegurar nuestro propio “yo”. ¡El Padre sabe lo que necesitamos!

En la oración del Padrenuestro, Jesús nos invita a pedir las cosas básicas y esenciales para nuestra existencia.

Que el Nombre de Dios sea santificado… Ciertamente esta petición no se refiere únicamente a la dimensión personal; porque el reinado de Dios no solamente está previsto para el ámbito privado del alma humana, como desearían algunos movimientos de tinte ideológico. ¡La amorosa soberanía de Dios abarca todos los campos; sin excepción alguna! Ni siquiera el mismo infierno podría subsistir sin la existencia de Dios.

La santificación del Nombre de Dios sucede cuando vivimos de una forma que glorifica a Dios; cuando afirmamos Su existencia también en el ámbito público; cuando nos esforzamos seriamente por corresponder a la exigencia del Señor, llevando una vida en conformidad a Sus mandamientos.

Los mandamientos del Señor son sabios, y son la base para toda vida humana. Así lo dispuso Dios para nuestro bien, y al reconocer esta verdad y actuar de acuerdo a ella, estamos santificando Su Nombre.

En el pequeño libro “El Padre habla a sus hijos”, que recoge la revelación de Dios Padre a la Madre Eugenia Ravasio, podemos leer estas palabras: “Si la humanidad entera me invoca y me honra, yo le concederé el espíritu de la paz, que se posará sobre ella como rocío reconfortante. Si también todas las naciones me invocan y me honran, ya no habrá división ni habrán guerras, pues Yo soy un Dios de paz, y ahí donde estoy Yo, no habrán guerras.”

¡Ojalá estas palabras penetren en nuestra alma, con todo su significado!

¡Existe una forma para que los pueblos convivan en paz, y este camino se relaciona con el conocimiento y la santificación del Nombre de Dios!

Vemos, pues, que el Padrenuestro, ya en sus primeras frases, nos abre un enorme horizonte. Reconocer y confesar a Dios como Padre, tiene sus efectos. ¡Su dominio se erige en nosotros!

Con nuestra entrega al Padre, estamos santificando su Nombre, y al confesarlo públicamente, estamos ayudando a que su Reino crezca también en el ámbito público. De esta forma, ayudamos a que venga esa paz que sólo Dios puede conceder. Aunque nuestra influencia a nivel exterior no sea muy notable, cada obra que glorifica a Dios y santifica Su Nombre tiene un valor incalculable.

¡En la oración podemos abarcar el mundo entero!