SERENIDAD EN DIOS

“Quien se esfuerza por amoldarse a la verdad y no se preocupa tanto por cómo le traten o le estimen los hombres, encuentra su serenidad en Dios” (Beato Enrique Suso).

Estas palabras nos ayudan a superar los respetos humanos que a menudo aún tenemos. De hecho, no le agradará a nuestro Padre que, en vez de tener la mirada puesta en él, estemos demasiado pendientes de lo que piensen o digan las personas. ¡Cómo perdemos nuestra libertad cuando nuestra alma se ocupa constantemente del juicio real o supuesto de los hombres!

Nuestro Padre quiere que seamos libres, y sólo la verdad nos hará libres (Jn 8,32). Si nos esforzamos por amoldarnos a ella y regirnos por ella, nuestra alma se enfocará en Dios y podrá reconocer cada vez mejor sus directrices.

Ciertamente esta frase del Beato Enrique Suso no quiere decir que debamos aquirir una actitud de indiferencia hacia las personas y lo que ellas piensen. Antes bien, se trata de anclarnos en Dios y de centrar la mirada en Él.

En efecto, ¡cuán cohibida puede volverse una persona cuando se mira con demasiada frecuencia o constantemente en el espejo de las otras personas, cuando todo el tiempo busca agradarles y ser bien vista por todos! Incluso corre el peligro de dejar de ver la verdad o aun encubrirla por causa de las otras personas.

Lo que quiere transmitirnos el Beato Enrique, en cambio, es la “serenidad en Dios”, que es un cierto sosiego del alma que surge de estar primordialmente enfocados en Dios; una confianza natural que brota de la relación cercana con Él.

“Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” –nos dice el Señor en el Evangelio (Jn 8,36).

El criterio por el que se rige nuestra vida no puede ser lo que digan o piensen los demás, ni cómo ellos nos traten; sino la Voluntad de Dios y el sincero esfuerzo de amoldarnos a la verdad.

Entonces nuestra vida se libera de falsas ataduras y distorsiones, y se vuelve sencilla y clara, sincera y libre. Se convierte en una vida “serena en Dios”.