“QUIERO QUE ESTÉN CONMIGO” 

“Padre, quiero que donde yo estoy también estén conmigo los que Tú me has confiado” (Jn 17,24a).

En estas palabras, Jesús expresa a plenitud su amor por nosotros. Él quiere tenernos para siempre consigo. A ningún mejor lugar podría llevarnos que a su Reino eterno, en comunión con el Padre Celestial, el Espíritu Santo y todos aquellos cuyo corazón pertenece a Dios.

Este amor ardía continuamente en el Corazón de Jesús y lo sostenía en todo su sufrimiento: el amor por el Padre y por nosotros, los hombres.

¡Cuánto lucha Jesús por conquistar nuestro amor, para que pueda hacerse realidad el deseo que le expresa al Padre! Desde la Cruz ofrece a todos los hombres el perdón, aun de sus más terribles pecados, si tan sólo invocan sinceramente su Nombre, aunque sea una sola vez, como habíamos escuchado en la última meditación sobre el amor del Padre.

En efecto, es el mismo amor divino, que sale en nuestra busca sin cansarse jamás. El Espíritu Santo continúa esta obra de amor, buscando la manera de iluminar a los hombres para que encuentren el camino de regreso a casa.

Es gracias al amor de Dios que no perdemos la esperanza en medio de tanta oscuridad que nos rodea.

Es gracias a este amor de Jesús que podemos levantarnos una y otra vez después de nuestras derrotas, sin caer en desesperación frente a nuestra debilidad.

Es gracias al deseo de Jesús de tenernos consigo en la eternidad que Él nos persigue hasta en lo más profundo de nuestro alejamiento para iluminarnos con su luz.

En su camino al Calvario, Jesús volvió a levantarse tres veces para consumar su misión y salvar a los hombres. Él nunca se rinde ni deja de luchar por nosotros, porque quiere que estemos allí donde Él está. Y puesto que el Señor es como es, tampoco nosotros debemos rendirnos ni perder la esperanza frente a nuestra salvación y la de los demás. ¡Todos estamos llamados a estar donde Jesús está!