Quiero amor, no sacrificios

Os 6,1-6

Venid, volvamos al Señor; él ha desgarrado, pero nos curará; él ha herido, pero nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y viviremos en su presencia. Dispongámonos a conocer, alcancemos el conocimiento del Señor: su salida es cierta como la aurora; nos llegará como lluvia temprana, igual que la lluvia tardía que empapa la tierra.

¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es nube mañanera, rocío matinal que se evapora! Por eso los he hecho trizas por medio de los profetas, los he castigado con las palabras de mi boca; y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor, no sacrificio; conocimiento de Dios mejor que holocaustos.

En este conmovedor texto del profeta Oseas, encontramos la esencia de todo verdadero conocimiento de Dios y la respuesta correcta del hombre.

¡Es el amor el que mueve a Dios a crear al hombre, a redimirlo y a llevarlo a la plenitud! ¡No hay ninguna otra motivación! En efecto, es la más bella y profunda que se pueda imaginar… ¡Y es la verdad! Igual de verdadera es la respuesta correcta que nosotros hemos de dar: nuestro amor a Dios.

Esto es tan cierto, que un San Agustín, habiendo sido tocado por el amor de Dios, exclamó:

“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.”

Y el mismo santo, herido por el amor, nos dejó aquella inolvidable máxima:

“Ama y haz lo que quieras.”

Cuando amamos de verdad, nuestra voluntad es guiada por este amor; movida por el Espíritu Santo. No se trata de hacer arbitrariamente lo que a uno le plazca; sino que la unión íntima con el Espíritu Santo nos permite percibir cada vez mejor cuál es la Voluntad del Señor, y acrecienta en nosotros la alegría de cumplir esta Su Voluntad.

Imaginemos la eternidad… Los ángeles y santos viven en la visión plena de Dios, y en perfecta unión de voluntad con Él. Ya no hay vacilaciones; sino que están para siempre firmes y seguros en la decisión que han tomado por el Señor. Ésta es su dicha; un estado que nosotros sólo podemos entrever. Quizá a veces experimentemos una gotita de esta felicidad; pero aún no es un estado permanente, sino que sigue sometido a ataques.

Sin embargo, la frase de San Agustín se mueve hacia esa dirección. La profundización de nuestro amor a Dios y, por tanto, también la creciente receptividad a él, nos consolida cada vez más. Se hará cada vez más fuerte aquella seguridad en Su amor, como lo habíamos escuchado el 7 de marzo en la meditación del “Mensaje del Padre”. Ciertamente en esta vida no podremos alcanzar aún la seguridad completa. De hecho, conocemos la advertencia del Apóstol de los Gentiles, que nos llama a la vigilancia: “El que crea estar en pie, mire que no caiga.” (1Cor 10,12). Pero la fortaleza interior obrada por el Espíritu Santo es señal de una creciente firmeza en Dios.

Volvamos a la lectura de hoy: “Quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios mejor que holocaustos.”

No es que Dios rechace en sí mismos los sacrificios y holocaustos que se ofrecían en ese entonces, pues Él mismo los había dispuesto. El frecuente reproche de los profetas se refería a que, a pesar de los sacrificios que se ofrecían a Dios, los corazones estaban cerrados y las injusticias seguían cometiéndose. De este modo, el sacrificio perdía su valor y se convertía en un acto vacío, porque se seguía en el camino equivocado. Esto le disgustaba mucho a Dios.

Por supuesto que los sacrificios que nosotros hagamos en nuestro camino de seguimiento –ofrecidos, por ejemplo, por la conversión de los hombres–, son bienvenidos.  De hecho, los hacemos por amor a Dios y al prójimo.

“Quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios mejor que holocaustos.”

Si Dios nos da a entender que lo que quiere es amor, la pregunta decisiva para nosotros es: ¿Cómo podemos crecer en el amor?

La respuesta es tan sencilla como la máxima anteriormente citada de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras.” 

Esto significa: ¡sigue la guía del Espíritu Santo!

En pocas palabras, cuando seguimos la guía del Espíritu Santo se desarrolla un fecundo camino espiritual, en el cual crece en nosotros el amor, que nos hace capaces de amar al Señor y hacerlo todo conforme a Su Voluntad.

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