“¿QUIÉN INVOCÓ AL SEÑOR Y FUE DESATENDIDO?”

“¿Quién invocó al Señor y fue desatendido?” (Sir 2,10b).

Nuevamente podemos responder con toda certeza: ¡Nadie!

Sería impensable que Dios simplemente nos desatendiera. Él conoce incluso nuestros pensamientos. “Nada se puede esconder ante ti, en tu ciencia amorosa envuelves todo y a todos” (Himno del Oficio a Dios Padre).

Escuchemos lo que nos dice el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:

“Todos vosotros que vivís hoy, y también los que aún estáis en la nada, pero que viviréis de siglo en siglo hasta el fin del mundo: pensad que no vivís solos; sino que un Padre que está por encima de todos los padres vive cerca de vosotros; más aún, vive en vosotros, piensa en vosotros y os invita a participar de los incomprensibles privilegios de amor.”

¿Acaso este Padre podría desatendernos? Este Padre, que alimenta al pajarillo en mi ventana; este Padre, que no escatimó ni a su propio Hijo (cf. Rom 8,32), sino que se lo envió a la humanidad alejada de Él; este Padre, que nos declara constantemente su amor y nos abre los ojos para que lo reconozcamos, ¿cómo podría desatendernos? ¿Cómo podría hacer oídos sordos cuando le invoquemos?

No hay nada más seguro que el amor de nuestro Padre; y es este amor el que le hace estar atento a todos los que ha llamado a la vida. Nada ni nadie está excluido del amor del Padre, a menos que él mismo cierre la puerta y no lo deje entrar. “Jamás apartas tu mirada amorosa de tus criaturas, que has llamado a existir y a quienes deseas colmar contigo mismo” (Himno del Oficio a Dios Padre).

Sí, Sirácida tiene razón cuando afirma: “El Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia” (Sir 2,11).

Por eso, “¿cómo podremos jamás agradecerte, oh Amado Padre, por tu amor y tu infinita misericordia? Por eso te adoramos con todos los ángeles y santos, y con todos los que invocan tu nombre” (Himno de alabanza a la Santísima Trinidad).