“NO TENDRÉ QUE AVERGONZARME”

“De tus preceptos hablaré ante los reyes, y no tendré que avergonzarme” (Sal 118,46).

¿Podemos hacernos eco de esta afirmación del salmista? ¿Tenemos la valentía de hablar públicamente de nuestra fe, profesándola tal como es? ¿O será que ya nos hemos dejado intimidar por el espíritu cada vez más anticristiano de este mundo, que, de ser posible, quisiera desterrar por completo el testimonio cristiano? ¿Qué sucedería si fuéramos llevados ante las autoridades civiles, ante los “reyes” de este mundo? ¿Será que perderíamos el valor?

Hoy en día puede suceder que, sobre todo en la sociedad occidental que anteriormente estaba conformada por naciones cristianas, parezca vergonzoso que alguien profese públicamente su fe. Puede que aún no sea así en las naciones africanas o latinoamericanas.

En todo caso, el verso del salmo que hoy escuchamos nos anima a confesar públicamente a Dios, sirviendo así al amoroso reinado de Dios. Cada vez que damos testimonio del amor del Padre por nosotros, no sólo lo escuchan los hombres a quienes se lo decimos aquí en la Tierra; sino que también es una confesión ante la Iglesia triunfante y purgante.

Cada testimonio a favor del Señor difunde su luz y, en consecuencia, es temido por los poderes de las tinieblas, porque les recuerda el señorío de Dios. También a los “reyes” de este mundo se les recuerda que hay un Dios que está por encima de ellos y de quien han recibido el poder para servir a los hombres.

¡Que el Señor nos conceda el valor para no vacilar cuando nos corresponda dar un testimonio intrépido! ¡Así glorificamos a Dios!