MEDITACIONES DE NAVIDAD (3/8): Mi corazón quiero entregarte

Tú quisiste escoger personas sencillas: eran pastores (Lc 2,8-20). Tú, Amado Niño, amas la sencillez. En un corazón sencillo Tú puedes entrar más fácilmente.

Y Tú también nos haces sencillos. No hace falta saberlo todo de inmediato. Más importante es dejar arder Tu amor en nosotros y apresurarnos como los pastores a transmitir la Buena Nueva.

¡Tú estás aquí! ¡Realmente has venido! Desde hace tanto tiempo habías sido anunciado y anhelado. Pero ahora nos corresponde captar esta realidad, pues en Ti vemos la gloria del Unigénito del Padre (Jn 1,14). ¡Esta gloria resplandece en Ti, amado Niño! Cuando Tú nos abres los ojos de la fe, la descubrimos.

Cuando Tu amor toca nuestro corazón, todo se vuelve sencillo. Entonces podemos simplemente decir a las otras personas: “Mirad, un hermoso Niño yace en el pesebre, junto a un asno y un buey.”

Pero también vienen a adorarte los sabios del Oriente (Mt 2,1-11). Tienen sed de verte y te ofrecen sus dones. Vienen desde muy lejos y sus corazones están llenos de esperanza.

Cuando vieron la estrella encima del lugar donde te encontrabas, se llenaron de inmensa alegría. Entrando en la casa donde estabas Tú junto a María y José, se postraron y Te adoraron.

Este acto de los tres reyes magos apunta a los pueblos que vendrán a adorarte y a traerte sus dones (Sal 72,10-11).

Pero en realidad siempre somos nosotros los agasajados. Por pequeño que sea el regalo que te traigamos, Tú lo conviertes en algo grande. Si te ofrecemos nuestro corazón, pequeño y estrecho, Tú lo harás grande y amplio, de modo que aprendamos a amar como Tú amas. Nos das un corazón grande en el cual caben todas las personas, e incluso podemos llegar a ser para ti padre, madre, hermano o hermana, porque estamos unidos en la Voluntad del Padre (Mt 12,50).

¿Sabes, Amado Niño? Podría quedarme todo el tiempo mirándote, y eso me bastaría. Nosotros, los hombres, no les tenemos miedo a los pequeños niños … Antes bien, ellos pueden conquistar nuestro corazón.

Seguramente nuestro Padre Celestial también tuvo presente nuestra “debilidad” frente a los niños, cuando Te envió al mundo como Niño, para ganarte nuestro corazón.

¡Y eso ha sucedido! ¡Tú has conquistado nuestro corazón, y Tu amor jamás nos dejará! Toma nuestro corazón, Señor: Te pertenece a Ti. ¡Es el mayor regalo que podemos darte!

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